Recuerdos de un viaje lleno de momentos de alegría, confianza y plenitud

Ayer quedé con una buena amiga para tomar un cafecito y ponernos un poco al día. Nos vimos antes de mi viaje y ya ¡ya! ha pasado un mes desde que llegué. Después de abrazarnos – echo de menos los besos de Argentina, ja, ja – ella me dice: «cuéntamelo todo». 

Desde el principio me ha sido «complejo» contar cuando me dicen «cuéntanos»… porque aunque es verdad que fui allí y allá y más allá y más aquí… el viaje fue un «estar» conmigo y con otros. Esta amiga había ido sola a Perú y vino triste porque se le había hecho difícil entablar conversación con extraños. A mí me pasa lo opuesto, ja,ja. ¿Será quizás porque me gusta hablar? No, o al menos no solo. El caso es que cuando recuerdo los ratos de ese viaje… son ratos de conversación con un tendero, con los chicos del hostel, con unos niños en un bus… amén claro de las conversaciones jugosas y nutritivas con amigos que eran ya y con otros que se convirtieron en tal en el trascurso de la convivencia. 

Recuerdo un rato muy jugoso en un autobús en Montevideo. Yo volvía por la tarde, ya de noche, de darme una vuelta por la Feria del libro y artesanía del Parque Rodó que me había encantado y a la que volví varias veces. El autobús hasta casa duraba un rato largo pues tenía que recorrer una avenida larguísima que es la avda. Italia así que en ese trayecto daba para todo: para conversaciones, para dormitar un rato, para silencios… El caso es que ese día yo me había sentado en el primer asiento con una mujer que llevaba en su regazo una niña de unos dos años o así. La niña era preciosa y simpatiquísima. En una parada subió un hombre que tenía problemas de movilidad así que me levanté y me fui a sentar un poco más atrás. El señor me lo agradeció y nos sonreímos (que parece una bobada una sonrisa y sin embargo te nutre el alma ¿a que sí?). El asiento en el que estaba era de esos encima de una rueda que tienen un espacio un poquitín mayor y en la parada siguiente subió un hombre con un niño y una niña un poco más mayorcitos. La apariencia del padre y los niños era bien pobre amén de manitas sucias y mal peinados. No sé lo que hubiera hecho aquí pero allí… no recogí el dato que hubiera desembocado en ¿desconfianza? No lo sé, allí no lo sentí. Invité a los niños a que se quedaran conmigo en ese espacio que nos brindaba la rueda y se quedaron. Al principio estaban un poco cohibidos pero enseguida entablamos conversación. El padre, igualmente, me lo agradeció con una gran sonrisa. No sé si era real o no pero yo escuchaba al papá «gracias por no fijarte o hacer ascos a la apariencia».

En una parada posterior el padre encontró sitio para los tres justo detrás de la primera señora con la niña y allí se sentaron y también subió una señora mayor a la que yo cedí de nuevo el sitio. Cuando me levanté el padre enseguida me pidió que me sentara con ellos:  subió a la niña en sus piernas y el chico se levantó y se quedó entre el cristal y el papá. Aquello iba siendo genial – yo había cambiado 3 veces de lugar pero todo en un espacio muy reducido: el de las 3 filas primeras – por las sonrisas y los agradeceres entre todos. Como la primera niña ya había hablado conmigo antes, cuando me senté detrás ella también se dió la vuelta para mirarnos y hablar con nosotros. Entonces la niña mayor le tendió la mano y la pequeñita se la la dió  y ¡no la soltó en todo el viaje!. Entre medias la mamá, el papá, los niños y una servidora íbamos hablando: ser extranjera es lo que tiene, enseguida te preguntan, se interesan… Después se bajó el señor con problemas de movilidad y yo me volví a mover delante con la primera mamá y la niña… Mientras se bajaba, el señor sonreía y agradecía aquel cuadro de generosa humanidad. Desde afuera nos saludaba contento mientras todos nosotros – la señora, la niña, el papá y los niños y una servidora – le saludábamos igualmente con la mano. ¡No es un cuadro habitual!

Cuando me tocó bajar a mí… todos ellos igualmente me saludaron con la mano y sonrieron desde la ventana. Yo a esa altura ya iba con el corazón rebosante. 

Unos cuantos seres de Luz que la Providencia había tenido a bien reunir en menos de 2 metros cuadrados y que se dejaron llevar por el corazón.

Para mí, ese espacio-tiempo con ellos es un momento mágico de ese viaje… más importante que visitar la iglesia de X o el museo de Y. Por eso se me hace complejo contar lo que viví porque no me dediqué a visitar lugares sino a vivir momentos donde fuera, donde tocara. 

Por ejemplo: estoy esperando al ómnibus para volver a capital desde General Rodriguez. Lunes por la mañana. En la parada hay mucha gente haciendo fila y me pongo a lo mismo, a esperar. El caso es que viene el primero y viene lleno. Para y se bajan algunos pero no monta nadie. Viene el siguiente, después de 20 minutos al sol… y montan 3. Uau, a este paso… El caso es que una chica detrás de mí me pregunta por la frecuencia de los autobuses y como lo ignoro le pregunto a un chico que está delante de mí con traje. Como les decía antes… la conversación ha sido la estrella del viaje. El muchacho y yo nos ponemos a conversar y al rato, a él le llaman por teléfono. Cuando deja de hablar me dice: «me acaba de llamar mi mujer que ha pasado por aquí y me ha visto todavía esperando. Me dice que viene a recogerme y me lleva al pueblo siguiente desde donde hay más autobuses que van a capital así que será fácil que podamos tomar alguno e ir sentados». Y me dice «si quieres, vente con nosotros y te llevamos. Podemos ir luego juntos a capital». 

Yo interiormente daba gracias y más gracias (a él también claro) porque además el «futuro» no era muy prometedor esperando aquellos buses en medio de la nada bajo un sol que ya calentaba más de lo deseado. Cuando llegó su mujer, nos montamos y resulta que la mujer también trabajaba en los mismos terrenos de salud, le encantó la posibilidad de conocer la escuela de medicina china que allí hay y que además organiza otras muchas actividades como el taller de mandalas al que yo había asistido. Todo fluía genial. Efectivamente tomamos un autobús y pudimos ir sentados y cuando ya llegábamos a capital – conversación grata por medio y no una conversación banal – me dice que donde me paro y se lo digo… seguimos hablando y no sé cómo sale en la conversación el nombre del hostel donde me quedo y me dice «pero ese hostel está al lado de donde yo voy y no es donde vos decís». ¡Uau, menos mal! El caso es que desde que nos bajamos hasta donde íbamos tomábamos el metro dos paradas. Yo tenía la tarjetita «sube» tan estupenda para usar en todos los medios de transporte y cuando voy a utilizarla en el metro me dice la maquinita que la tengo sin saldo. Uau. De momento te quedas así parada ¿y ahora? El chico, Jorge, enseguida dijo «no te preocupes, yo te invito». 

(imagen del taller de mandalas en La Colmena Neijing de General Rodriguez)

No sé para ustedes pero para mí todos esos momentos están dentro de la carpeta de «milagros» y esos son precisamente los que guardo en mi corazón de este viaje. Y los guardo con mucho amor porque además me nutría la sensación de dejarme llevar sin oponer pensamientos o dudas. Recuerdo el día que conocí a Flavio. Cuando se lo he contado a amigas – sobre todo – me han dicho «yo no hubiera ido». El caso es que yo aquí a lo mejor tampoco, no lo sé. 

Les cuento: un día había ido a La boca y me había encantado. No pude estar mucho rato porque me iba a despedir de Liliana, Martín y su familia que vivían en La Plata y para ello tenía que tomar una «combi» debajo del Obelisco de la avenido 9 de Julio. No estaba tan lejos pero tenía que tomar un bus y los buses nunca se sabe cuánto tardan y más en esa maravillosa y caótica ciudad. Así que estuve un ratito y me prometí darme el gusto de volver al día siguiente o cuando fuera. Al día siguiente me fui prontito a pasear por San Telmo con la idea de terminar en La Boca. En varias ocasiones había intentado tomar un colectivo que iba pero por la razón que fuera no llegaba – luego ya me enteré por qué – así que en un momento dado le pregunto a alguien si había otro bus para ir a la Boca y me informa. Yo me pongo a caminar por una calle que me llevaba a la parada del bus, me paro delante de una casa que me había encantado con una terracita arriba llena de hermosas plantas, con unas mesas y sillas que invitaban a sentarse…  y digo en voz alta yo sola en la calle: «¡qué bonita!» y como salido de la nada un chico me dice «hermosa ¿verdad?» y me empieza a contar la historia de la casa allí los dos parados en medio de la calle. Me pregunta que a dónde voy, se lo digo y me dice «yo también voy para allá, si quieres podemos ir juntos», pues vamos. Vamos al bus, seguimos hablando …  -como decía antes, las conversaciones nunca fueron banales, más cortas o más largas siempre fueron profundas e íntimas además de divertidas – y ya llegamos a La Boca. Le había contado que me gustaría pasar por el estadio de la Bombonera para sacar fotos para mis sobrinos y me dice: «si querés te acompaño». Estupendo. Nos pusimos a caminar y me dice «¿vos conocés los conventillos?» No, le dije. Y entonces me invita – antes de ir a la Bombonera – a pasar por su «habitación» que está en un conventillo de artistas allí al lado, justo a la entrada de Caminito. Sentí una punzadita en la mente como diciendo «eh… habitación…desconocido…». No le hice caso porque el corazón estaba tranquilo – como digo, no sé lo que hubiera hecho aquí pero allí simplemente confié – y fuimos hasta su casa. ¡Qué maravilla! La desconfianza me hubiera hecho perder ese rato fantástico de conocer un conventillo por dentro, además muy bien cuidado, todo limpito… Flavio resultó ser pintor y un ser multifacético y muy ordenado. Como la habitación era pequeña él decía que no le quedaba más remedio que ser ordenado.  Me invitó a un refresco, charlamos, me contó, le conté, me enseñó sus obras… me habló de cómo había llegado a ese conventillo ( y no habían sido vivencias gratas precisamente )… y cuando lo consideramos… me acompañó al estadio. Después nos despedimos con gran alboroto, ja,ja. 

Y yo feliz por la confiada vivencia. 

Momentos así son los que guardo en mi corazón… a lo largo de los días se iban dando vivencias milagrosas y mágicas que me mantenían el corazón y el alma rebosante de alegría y  plenitud. Y una servidora allí «confiaba» también porque todo alrededor me mostraba y brindaba confianza. Todos los argentinos que conocí me preguntaban si el país me estaba tratando bien… en realidad, con mucha alegría les decía… me habeís devuelto la confianza de saber que hay lugares donde todavía se es así, confiado. En España… solíamos ser así, como ustedes, ahora no y no es una queja, es una constatación. También es verdad, y lo sabemos… recibes lo que das o recibes la vibración que llevas. Y una servidora llevaba alegría y confianza en todos los poros… seguramente hubiera pasado en cualquier sitio pero allí el terreno está abonado para que se produzca. 

Gracias infinitas a todos los que allá me brindaron su sonrisa, su saludo, su conversación, su cobijo, su amistad, su manutención… los llevo a todos en mi corazón y como hay emociones grabadas de plenitud, de alegría… a todos ellos, estoy segura de que los recordaré siempre.

Amén de que voy a volver, ja,ja.  

Gracias viajeros de luz por la oportunidad hermosa de compartirles algunos de esos momentos en apariencia triviales pero para mí mágicos y milagrosos. 

Por cierto, hoy culminamos la onda encantada del Mago que comenzamos hace 13 días. Y la culminamos en Enlazador de Mundos que entre otros significados tiene el de «morir a lo viejo para nacer a lo nuevo». ¿Aprovechamos la ocasión que nos brinda el universo para ese re-novarnos? 

Gracias, gracias, gracias. 

 

3 comentarios en “Recuerdos de un viaje lleno de momentos de alegría, confianza y plenitud

  1. adrianda777

    Voy a repetir el comentario de «Placeres en Buenos Aires» ¡Volvé! ¡Hay más! Y pasaste tan cerca de casa. . . podrías haber venido a tomar unos mates. Bueno, la próxima. . . Un abrazo.
    mauandayoyi.blogspot.com.ar

  2. adrianda777

    Siempre serás bienvenido en mi espacio que será HONRADISIMO con tu visita. Y Buenos Aires te espera con los brazos abiertos. Seguimos en contacto. Abrazo.

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