Cuando desde todos los lados nos quieren convencer de que no podemos hacer nada para mejorar las cosas, para cambiar la forma de hacer… esta tierna historia ya del siglo pasado nos hace ver que siempre se puede hacer algo, que no hay que esperar a que la colectividad diga sí o diga adelante o diga… podemos empezar desde la mismidad de cada uno, desde el hacer comprometido con la vida, con la naturaleza… uno mismo, solo, no importa, el caso es comenzar un día y no dejar de caminar en esa línea, con perseverancia – palabra, idea muy frecuente en la tradición de la medicina oriental.
La perseverancia trae ventura …. y en este documental aprenderemos que además trae VIDA.
«El hombre que plantaba árboles» es una película de animación preciosa de Frederick Back de 1987. El estilo de dibujos y como va cambiando de unos a otros es una gozada visual, pareciera que estamos en medio de dunas de arenas que van cambiando y van formando los diferentes dibujos.
Este es el enlace para verlo:
http://www.youtube.com/watch?v=Rs_CQWeDDrI&feature=related
Y a propósito de esto quiero compartir una reflexión que hacía el otro día al ir a la sierra: dejamos nuestras decisiones en manos de ineptos técnicos que hacen diferentes protocolos y los siguen sin pensar en más. Pareciera que los árboles, que todos los demás seres excluidos los humanos – y a veces también – son cosas y entonces podemos hacer planes para ampliar una carretera y cortar todos los árboles que me venga en gana y así muchos turistas puedan correr más y llegar antes y consumir. Y no se dan cuenta de que precisamente esos turistas que ahora piden una carretera mejor, más ancha… vienen a esta zona por la naturaleza exhuberante, si no la hubiera … ¿a qué coño van a ir?
Se les olvida siempre: una zona empieza a ser visitada por lo rural, por lo auténtico, por los recursos… pues entre los tontos (¡perdón pero es así) de los lugareños que creen que si modernizan los establecimientos…venderán más y a más gente y los ineptos de las administraciones, se encargan de que aquello auténtico, rural… deje paso a la misma vaina que vemos en las ciudades: los restaurantes parece que tienen que ser de estrella michelín (pero si lo que nos gustaba es que un lugareño nos ofreciera el chorizo que hacían ellos en su casa ¿o no?), los alojamientos con la misma moda que… las carreteras como si fueran autovías para que podamos correr más (¡y no fijarnos en nada a los lados porque si corres no ves!)… y al final del todo, nos cargamos la naturaleza que es por donde empezó el gusto para hacer de cualquier zona otra de turismo.
Lo auténticamente depredador de los turistas es que quieren obtener y encontrar lo mismo que dejan en sus lugares y eso no era así: el viajero se mueve para ver, encontrar y aprender de nuevas formas de vivir, de ver, de comer, de dormir… de ser y eso es lo que enriquece al viajero. El turista lleva lo suyo y no quiere novedades. Y se va al fin del mundo y quiere encontrar su misma tortilla de patata o su misma bebida ¿Es así o no?
Rescatemos esa curiosidad del viajero en aprender del otro, eso nos lleva al respeto por otras formas de vivir y de ser. El turista y los ineptos de la administración depredan todo lo que les impide llevar a cabo sus planes de más y más y más … ¿más qué?
Y sobre todo, recordemos las veces que hagan falta para no olvidarlo: Arboles, plantas, piedras… no son cosas, son seres vivos con la misma esencia divina que tenemos los humanos. No solo compartimos esa esencia sino que todos ellos la expresan y la otorgan y la regalan… nosotros, los presuntamente «humanos» ni siquiera sabemos que la albergamos. Somos soberbios. Plantas, árboles, minerales, animales… no conocen esa emoción.