CONDICIONES

 

CONDICIONES

Seguramente, las condiciones climáticas medioambientales obligaron a los primitivos humanos a vivir en cavernas.

Seguramente -con el paso de ¡tiempos!- mutaciones en esos seres, y cambios en el entorno, facilitaron la salida de las cavernas.

Muy probablemente, las condiciones y las capacidades mutantes inteligentes llegaron a un cierto acuerdo de adaptación; de tal forma que, las condiciones de unas partes y otras, se plegaban sin que nadie tuviera especial interés.

Las condiciones de vivir de las algas, sin duda, eran diferentes a las condiciones de vivir de los galápagos. Cada cual estaba sometido a condiciones diferentes. Y quizás, por esa interacción de condiciones, se fueron adaptando mutuamente.

Pero he aquí que, probablemente, quizá la inteligencia del ser fue creando condiciones artificiales, condiciones circunstanciales, condiciones imperativas, condiciones dominantes… hasta crear el aire acondicionado, por ejemplo.

¡Quién iba a pensar! -parece una tontería, ¿verdad?-… ¡quién iba a pensar que íbamos a tener aire acondicionado! Nadie.

Pero podríamos condicionar a las plantas, y crear un plástico llamado invernadero y producir muchas cosechas. Podríamos condicionar a perros, gatos, caballos… Algunos se resisten           -como los piojos y las garrapatas-, pero porque no se les ha encontrado ninguna utilidad, en principio. Pero, condicionarlos de tal forma y manera, que se sientan… -¡bueno!, para nuestros intereses- bien.

Se descubrió luego -no se sabe por qué- el reflejo condicionado. O sea, un reflejo que… que estiras la patita, si te dan un golpecito en un sitio. Entonces, bueno, quizás a partir de ahí, la neurología… y todas las asquerosidades que se estudian en torno a ella, fueron desarrollándose -¿verdad?- como dogmas de fe; y, hasta nuestros días, en que se modifican a veces un poco más, según el pringue cerebral que se estudie en cada momento.

Lo cierto es que, a nivel de el convivir, las condiciones se hacen -por momentos- asfixiantes.

Sí; la afisia. La afisia es una variante de la asfixia; en la que, ¡bueno!, cualquier posición que ocupes, cualquier actividad que hagas, cualquier actitud que tomes… estará sometida a condiciones.

Las leyes de los hombres -morales, sociales, culturales, afectivas, emocionales, inteligentes, espirituales, religiosas- van creando cerco y cerco, ¡y caras y caras!… y, realmente, es difícil aspirar; inspirar.

Es difícil, en verdad, saber con naturalidad cuál es el estado, el sentido, la situación de alguien -¡da igual quién!-, puesto que las condiciones a las que está sujeto el ser son extremadamente poli-diversas eindeterminadas -pero son terministas-.

Y, así, a la hora de buscar hechos, acontecimientos, sucesos, que puedan incidir en la evolución de ese ser, nos encontramos con una maraña de ¡mandatos, imposiciones, reglas, normas!… por lo que nos resulta francamente difícil -para el propio sujeto del ejemplo y para el observador- ver hasta qué punto, esas condiciones, aprietan, estrujan, incomodan

Pero cierto es -cierto es- que multitud de respuestas se dan de manera condicionada; con lo cual, son respuestas adulteradas. ¡Y el propio sujeto se da cuenta! ¡Y el propio respondido, también! Se crean así – como en facebook o twitter- realidades ¡totalmente condicionadas! A las personas participantes en dichos experimentos les cuesta trabajo, luego, decidir quién es quién.

¿Soy yo el de esa cuenta de esa red, o soy el que no está en la red?.

Los sutiles lazos de relación, se ven -con frecuencia- condicionados y condicionados y condicionados por las condiciones condicionantes que cada cual se ha gestado.

¡Sí! Parece un trabalenguas -sí, parece-. Parece, pero es: nos traba la lengua, nos traba el ánimo, nos traba el alma, nos traba el espíritu.

Se precisa un destrabador, un desnudador, un desfacedor de nudos que se han ido gestando y nutriendo por ganancias, por logros, por fantasíasmal conducidas, mal elaboradas, que buscaban el éxito, el triunfo, ¡la posesión!

¡Yo quiero una princesa! ¡Yo quiero un príncipe! ¡Qué se joda el resto! ¡Me da igual cómo sea!.

¡Claro! Si eso no ocurre ¡Ah, si eso no ocurre!…

¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldita sea la vida, y todo! Puesto que, yo, en mi ego personal, así me han educado, y así después, me he dejado seguir educando. ¡Lo que quiero es conseguir, lograr, tener, poseer!.

Y aunque se desfazga el entuerto, la mayoría de las veces el ser sigue con su insistencia; como si, a pesar de ser descubierto, fuera mejor vivir con la angustia del entuerto que con la posibilidad de hacer ¡otro modelo!, otra versión ¡sin tantas y tantas y tantas y tantas condiciones! Que sólo perseguían destacarse del resto; obtener el manjar; conseguir ¡ninguna otra cosa!

Por medio se metía la culebrilla de la felicidad; defueron felices -o ferdices- y comieron perdices. Y así se justificaba el delirio místico de la bondad.

¡Mon Dieu! ¡Qué lejos se está! ¡Qué lejos se está! Más de lo que parece. ¡Qué lejos!…

Se suele hablar:

¡Ah! Es que esta persona está sometida a unas condiciones de vida, de extorsión, de persecución, de ilegalidad, de cárcel, de.

¡Nos parecen terribles! ¡Y lo son! -lo son-.

¿Y en qué condiciones están todos los que participan en esa trama?: policías, jueces, juristas, fiscales, familiares, amigos, religiosos ¿En qué condiciones? ¿Qué condiciones va imponiendo cada cual, para hacer posible luego esas condiciones de vida? ¿Qué condiciones tienen los políticos, economistas y banqueros, para crear condiciones tan dramáticas, que los seres se vean tan condicionados que se lancen por la borda, desde su casa hasta el suelo?

¿Qué condiciones? ¿Bajo qué condiciones? ¿Quién ha puesto esas condiciones? ¿Los condicionadores? ¿Los acondicionadores? ¿Quiénes son los acondicionadores?… ¡Sálvese quien pueda! ¡Todos!

El hombre está condicionado, ¿quién lo desacondicionará? El desacondicionador
que lo desecondacionice,
sí, buen desecondaciondador será.

¡Más o menos!

Y así como empezábamos el sentido orante, con ese hombre de cavernas que probablemente veía claro cuáles eran las condiciones que se le ponían, como hemos dicho después, estamos en un tiempo -siglo XXI- en el que las condiciones son ¡tales!, ¡tales!

Tales de Mileto: un famoso filósofo griego. ¡Mira qué majo era él! ¡Era majísimo! ¡Buena gente, oye! Aceptaba ser griego, y no otra cosa. Tales de Mileto.

Pues tales son las condiciones, ¡en todos los aspectos!: desde las sábanas que no usaba el rey Salomón, hasta las de tergal -que sí se siguen usando, ¿verdad?-, pasando por las magníficas de hilo, o las sutiles -a veces- de algodón; el caso es que nos condiciona el sueño, el tacto, el olfato Puedes oler a petróleo, a oveja o a telar. Según lo que huelas, así dormirás.

Cierto es que, el ser de humanidad, va condicionando y acondicionando el medio para que éste les sirva y le sea útil; pero, por medio -por medio, en el medio- están otros como él, e interaccionan mutuamente, condicionándose.

Y, a fuerza de condicionarse, lo habitual es que no se gusten; o se gusten bajo determinadas condiciones, y se disgusten bajo otras condiciones.

Todos parecen decir que quieren lo mejor para los otros. Bajo sus condiciones. -Quiero lo mejor para ti, pero siempre y cuando estés junto a mi mandil.¡Aaaah!, ¡vaya!

Hasta los pelos tienen acondicionador. ¿Quién -que se sienta digno- no usa acondicionador después del champú? -o antes; no sé cuándo se usa-.

-¿Pero tú no usas acondicionador?
-No sé cómo se usa eso. ¿Con brocha? ¿Con con qué se usa?
Otro día lo confundes con champú, y ves que no saca espuma: ¡Es que te has echado un acondicionador!.¡De verdad! Ni el jabón es lo que era, ni -a lo mejor- tampoco el agua.

Ciertamente, podemos hacer oídos sordos a tantas condiciones, pero pronto nos pararán, nos golpearán, nos atarán, porque nos hemos saltado las condiciones que lo cercano, lo lejano, lo próximo, lo muy lejano, nos han impuesto.

Si alcanzamos a diseccionar todos los factores que nos condicionan, en vez de decir la frase conocida de que El hombre es él y su circunstancia, diríamos: El hombre es una circunstancia. ¡Una circunstancia! ¡No es nada! Ni nada, siquiera. Es la circunstancia: Tú eres así, ¡y quiero que seas así!. Y lo dice Tongo, Borondongo, tu madre, tu padre, tu tío, ¡tu banco!, tu país, tu cultura, ¡tu religión! ¡Porque son tuyas! ¡Y quieren lo mejor para ti!

-Y ¿y yo?

-¡Tú no eres nada! Tú eres Tú, ni existes.

Tú existes en base a lo que las condiciones quieren que seas. Así que tú serás tú serásalto y delgado como tu madre, morena salada. O serás bajito, o serás rubio, o serás moreno, o serás gordo, o serás flaco Y, sobre todo, pensarás y sentirás como mandan los cánones. Y los cánones son, que serás un esclavo de tus afectos, de tus emociones. Serás esclavo de Los Diez Mandamientos -o alguno más; ¿hay alguno más? No, con eso es suficiente- y sus derivadas, integrales y componentes.

Sí. Y mantendrás un cierto genio -un cierto-. Pero, con el tiempo, claudicarás. Prohibiremos tu genio. Las condiciones te lo prohibirán; ¡por supuesto!, con la mano beatífica -siempre- de que:¡Es por tu bien! ¡Yo todo lo hago por tu bien!. Y parece un eco entronizador que te rodea: Todo lo hago por tu bien. ¡Todo es por tu bien, todo es por tu bien!.

Por momentos piensas que la Bondad te rodea; que Dios ha bajado a la Tierra: ¡Por tu bien, por tu bien, por tu bien, por tu bien, por tu bien!. Pero, a la vez -pero a la vez-, una sutil voz, finísima, dice: ¡Por tu culpa, por tu culpa, por tu grandísima culpa!.

¡Ay! Por tu culpa, culpita, yo tengo negro, negrito, mi corazón.

Sí. Normalmente, el corazón es rojo. Morao. Más bien morao, porque se va poniendo morao con el tiempo -lo cual es normal, claro-. Empezó siendo rojito, inquieto y -¡aaah!- colilla loca, a la mar. Pero -¡ahh!- vinieron luego las condiciones: ¡Ay!, niño. ¡Ay!, niño

Vinieron los calzoncillos, los brasieres, las apreturas, las imposturas, los pecados

¡Ay!, los pecados: de la carne, ¡de la piel!…

¡Maldita piel! ¿Para qué existe, si sólo sirve para pecar? ¡Mierda! ¿Por qué no vamos descarnados, con fascias, aponeurosis, gelatinas, tejido conectivo, latidos ¡Buaaagh! ¿¡Para qué coño queremos la piel!, si sólo es motivo de pecado, de cremas, potingues, ¡sprays!?…

¡Qué asco!, ¿verdad? Termina uno asqueado de sí mismo. Las condiciones te han sometido a talasquerosidad, que cualquier vello que inunde tu piel es pecado:

-¿Cuántos vellos tienes?
-¡Miles!
-Miles de pecados, has cometido. ¡Miles!, ¡millones!… ¡Eres un pecador nato!

¡Sí! Y uno pude decir: ¡Pues pues no! ¡Pues me da igual!.

¡Ay, insensato! ¡Te da igual! Ya, ya. ¿Tú sabes lo que te ha costado decir me da igual? ¡Te ha costado el núcleo caudado, el núcleo putamen, el núcleo ciruelus! Todos esos núcleos, te ha costado. Y te lo cobrarán. Te lo harán pagar -el me da igual– con angustia, con ansiedad, con insomnio, con tristezas, con melancolías

Y tú dirás: ¡Ay!, no lo entiendo, ¡por Dios! ¿Por qué me pasa a mí esto?… ¡Ah! ¡Tus núcleos! Tus núcleos se han dañado, por aquello de que me da igual. ¡Ah, sí, ya! Te da igual.

Te olvidaste de que eras una condición de condiciones. ¡Pensaste por un momento que eras ! Y, probablemente, tú, nunca haya existido. ¡Se insinuó en algún momento!, pero las condiciones le obligaron a ceder, a ceder, a ceder, a ceder

¡Y nadie fue!
¡Ay! El famoso dicho: Entre todos lo mataron, y él -y ella sola- se murieron. ¡Nadie fue! ¡Nadie!
Nadie es responsable. ¡Nadie!
¡Nadie impone condiciones! ¡Nooo!… ¡Nadie!
Pero, una palabra tuya, un solo gesto tuyo, bastará para condicionarme.

Y, eso, ¡todos los seres humanos lo saben! ¡Y aspiran a -con sus gestos, palabras y actitudes- condicionar! Aspiran a que eso ocurra: la madre, con el hijo; el hijo, con la madre; el hermano, con la hermana; el amigo, con la amiga

Se ha construido una escalera ¡para despeñarse! Se han ido construyendo trampas resbaladizas para ¡claudicarse! Parecen normales las quejas; parecen normales los agravios; parecen normales las condiciones a las que unos someten a otros; y otros, para defenderse, generan otras condiciones.

Es que aún -¡aún!- parece gritar el sentido personal del genio convulso de nuestros genes, que aspiran a decir, simplemente, lo que son; que no quieren imponer su condición, ¡pero rápidamente se ven condicionados!

El refugio, ¡ahora!, sin duda es la oración: ese lugar de misterio, ¡de locura!, de silencio ¡donde me encuentro con todos los fantasmas! Pero, a la vez, me encuentro con la ¡Nada! ¡Que no me insulta!, ¡que no me gesticula!, que no me distancia, que no me censura.

¡Porca miseria!
¿Es tan difícil darse cuenta de lo miserable que se lleva la vida, que por momentos nos parece buena? ¡Porca miseria!

Y nos damos cuenta de ello cuando en la oración estamos, y vemos que, sin condiciones -¡sin condiciones!-, nos sonríe la Creación; nos palpita la vida. Sin condiciones -¡sin condiciones!-, nos ayudan, nos miman. Pero apenas si podemos disfrutarlo, porque las condiciones -cuando la oración se diluye- ¡vuelven de nuevo como arpías!, ¡como alimañas! ¡Se arremolinan para exigir su trozo!, ¡su pedazo!

Quizás -sin duda-, pasado el momento culmen de la oración estremecida, rebajemos las prestaciones y digamos:

-¡Bueno! No hay que exagerar. Tampoco se está tan mal. Gracias a las condiciones tenemos calefacción, tenemos nevera; tenemos el condicionante de la lavadora, tenemos el condicionante de la radio, de las noticias, del arte ¡Tampoco es tan malo!

Y sigue y sigue y sigue
Y cuando oyes -cerca o lejos-:
-¡Oye!
-¡Aah!, ¡ahhh!
-Se te alerta el ánima ¿Por qué? ¡Si no era tan malo! -No, no es tan malo. Ya ya se me ha pasado.

¡Ay!
Habrá que volver una y otra vez al instante orante desnudo, en donde los bienes, los dones, los recursos ¡se ofrecen, se dan, se oportunizan!, sin condiciones.

Condición de condiciones, ¡y sólo condición!; que se mete tan dentro, que se hace traición; ¡que rodea tanto! que se hace aflicción.

Afligido queda el ser; retorcido en las madejas que él mismo termina creando. ¡Y termina creyendo en ellas! Termina ¡pidiendo perdón!… Abandonado de Dios, porque él lo ha abandonado -el ser lo ha abandonado-; se ha gestado otro dios, de condiciones.

Al menor descuido, eres un paquete condicionado. ¡Un paquete! Envasado al vacío. Que condiciona -sin duda- cuando se abre.

Residuos que hay que reciclar para volver a usar; en forma de paraguas o preservativos -da igual-. Hay que acondicionar el pensamiento-parece escucharse-.
Hay que acondicionar el sentimiento-parece decirse-.
Hay que acondicionar ¡los futuros!… no se vayan a desbordar ¡con tanto anhelo!

La configuración de la especie humana se ha vuelto una condición permanente; apenas si balbucea algún hilo discordante que fluctúa para no estar condicionado, ¡y para poder denunciar -como ahora, en un momento orante- la condición en la que se vive!

¿Cómo será la vida de verdad?; si ésta está condicionadamente condicionada, y cada cual aspira a imponer su verdad, a establecer sus condiciones, para así sentirse ¡en buenas condiciones!

Pareciera que la inteligencia -¡ay!- se hubiera vuelto en sí misma, y empezara a devorarse, ¡ingratamente confundida consigo misma!

Sólo hay un punto para liberarse: ese que aspira a seguirse manteniendo ¡en un espacio de silencio!; ¡en un lugar de reconocimiento!; en una posibilidad de encarnarse sin las condiciones exigidas.

Y, así, las condiciones se hacen territoriales, se hacen económicas, se hacen nacionales, se hacen continentales. Las condiciones nos van moldeando ¡de tal manera!, que respondemos según lo que dicen ellas -las condiciones-.

Podría ser una interesante aventura, el que en los ritmos que nos aguardan, pudiéramos descubrir en qué medida condicionamos.

Partimos de la base de que estamos condicionados; y en esa medida podemos dejar de quejarnos, y buscar, al menos, que no se quejen de nosotros.

Es intentar abrir la puerta que nos han cerrado.

Oración en Escuela Neijing. Dr. J.L. Padilla. 17.11.2012

 

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