Ayer hablábamos entre amigas sobre parejas y coincidíamos en considerarla – tal y como se plantea en general ¿eh? – como una estructura muy limitante y nada liberadora. La vida es mucho más amplia que ese «mi» marido-esposa-pareja-novio-… no porque vayamos a ser promiscuos o vayamos a estar con… sino porque ese sentido de posesión, esos códigos de lo que debe o no debe ser una pareja, la sombra alargada de la educación católica – que aunque no consideremos estuvo ahí – y de las madres y sus opiniones… todo es un batiburrillo que anula la complicidad del dúo (qué bonita imagen la de ser cómplice de!)
La complicidad esta de la que estamos hablando lleva consigo amplitud, limpieza, capacidad de aceptar los inconvenientes, ponerte en el lugar del otro… En mi camino esta vez no conocí la maternidad así que me es complejo ponerme en ese «puesto» pero cuando hablo con amigas con hijos y maridos-parejas… los problemas reales empezaron precisamente por una disparidad en la concepción y desarrollo de cómo educar, de cómo guiar, de cómo custodiar (cada uno verá en qué categoría está)… y sobre todo se recrudecen (si han llegado juntos a esa etapa) cuando los hijos son adolescentes… ahí empezaron a aflorar los «benditos» códigos educacionales de cómo, los códigos familiares que cada uno ha vivido, los «me gustaría» de cada uno… y se montan unas batallas que ya quisieran los guerreros montar…
Y en medio de todo ese des-acuerdo, en esa falta de complicidad se encuentra la ofensa, el creer que el otro me está atacando cuando me sugiere… el no tener el valor de reconocer la incapacidad de relacionarme bien con adolescentes hijos y entonces me relaciono a voces y con exigencias y frases lapidarias de hace miles de años como «me paso el día trabajando para vosotras y cuando llego a casa no puedo ni siquiera sentarme a ver el programa que yo quiero»…
En la medida en que somos capaces de saltar de la ofensa tonta… se abrirá un camino muy poco transitado por eso es tan complejo, hay muy pocas referencias… y en la voluntad libre y consciente de transitar ese camino libertario empieza la complicidad… Desde el principio, sabiendo que estamos juntos en ello…
Por cierto, ¡qué curioso! que casi solo tengamos en mente la acepción de complicidad que hace el código penal y se olvide que como adjetivo también significa:1. adj. Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería. Un gesto cómplice.
Así funciona el sistema: palabras que son importantes se «envuelven» en la acepción negativa y así la positiva se pierde en los tiempos y no se integra. Por ejemplo, decimos tan tranquilamente «los sueños sueños son» condenando sin saberlo al olvido una de las herramientas más potentes de consciencia. O decir «las palabras se las lleva el viento» y de un plumazo nos cargamos el acuerdo verbal, el acuerdo con apretón de manos … sabiendo que lo que se había dicho era palabra sagrada. Así entraron los contratos, los abogados, las denuncias… Amén de ocultar el verdadero poder de la palabra – el sonido, la vibración – que es generadora de realidad, como bien vamos aprendiendo ¡por fin!
Gracias

“Se da en muy raras ocasiones en este planeta que la pareja se comporte como un par de cómplices transgrediendo conscientemente y de forma permanente sus leyes.
El matrimonio ya no es lo que era, sin embargo la inmensa mayoría de las parejas la forman enemigos que tratan de destruirse amablemente. El hombre trata de destruir ese espejo de su parte femenina a base de aburrimiento o infidelidades, y la mujer intenta destruir al macho que ella misma lleva dentro por el procedimiento de descubrirlo. Hombre tratando de reducir a la mujer y viceversa.
Cópulas sadomasoquistas o competidores en la obsesión por los honores y reconocimiento social, pero jamás compañeros en el arte de sentir la vida y zafarse del destino. Cuando llegan a alcanzar el Paraíso aparecen los reproches, como expresión de los miedos a gustar, a repetir, a perder. Relaciones parentales jamás aceptadas. Qué difícil es para un hombre admitir que su madre fue la primera mujer y viceversa, y que no hay absolutamente nada de malo en ello, salvo condicionamientos culturales.
Admitiéndolo, todo lo demás tiene una explicación tan fácil que desaparecen los traumas, los complejos y las obsesiones y ni la mujer trata de destruir al hombre ni viceversa. Pero entonces la sociedad se quedaría sin esclavos y desaparecería la cultura: los seres libres, como los animales, no necesitan cultura”
El retorno de Vivianne. Amantes en el Paraíso. Juan Trigo. Ed: mtm
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