En la última entrada, antes de las pelis, les decía – tan pichi – que durante esos días de guardar cama por la gripe ¡no había pensado!… ja, ja, ¡nada más lejos de la realidad! Claro, es verdad, que el pensamiento no había sido reflexivo pero en muy pocos momentos se anuló.
Cuando me di cuenta de esa “mentira” sin querer, me pregunté “Y entonces, ¿en qué pensaba?”
Pues miren ustedes, ¡en el miedo que tenía de sentir tanto frío! Una persona sin ninguna otra patología (o yo misma cuando ya después de una analítica me quedé tranquila), en una gripe, si tiene frío, sabe a qué se debe y la solución es bien fácil: te abrigas más, te metes en cama ¡y a disfrutar del descanso, la fiebre, las alucinaciones…! (un amigo nos contaba que en las suyas veía fórmulas matemáticas…)
Sin embargo, una servidora generó hace años una respuesta adaptativa de salud llamada “anemia hemolítica autoinmune de anticuerpos fríos”. Esta última parte del nombre no sabía lo que significaba hasta que hace unos años, en el 2008, pasé mucho mucho frío en un lugar donde vivíamos y a resultas de aquel frío y otras “emociones” que ahora entiendo, esa anemia hizo un “pico histórico” para mí, teniendo que estar 18 días en el hospital, metida en cama y tapada con un cobertor eléctrico que expulsaba calor.
Así, desde entonces, y por arte de ese subconsciente que todo lo graba, cuando siento mucho frío… ¡se enciende la alarma! pues en mi mente se quedó grabado frío – anemia – hospital. Por eso, estos días que lo sentí tan metido dentro… sin querer y sin mi voluntad, se encendió la alarma de “y si este frío no fuera la gripe y estuviera indicando que he bajado en glóbulos y que estoy peor y….”
¡Miedo, miedo, miedo!
Por eso, para no perder más tiempo metida en miedos que ya me daban la razón en todo: estás muy cansada, tienes mala cara, no tienes fuerza… me fui al hospital a hacerme una analítica y esperé los resultados casi sin enterarme del paso del tiempo, leyendo un libro que camino del hospital había comprado en un kiosco: “El cerebro femenino” de Louann Brizendine.
En cuanto entré en el departamento y vi los resultados – fantásticos – ¡se me quitó el frio y el cansancio abrumador se convirtió en una necesidad de descanso para que el cuerpo hiciera sus “cositas”!
¡O sea todo era mental! Disfruté de una siesta reparadora con fiebre y todo pero ya estaba tranquila. Todo estaba en orden. El frio era normal y el cansancio también, no solo normal sino necesario para la completa curación. Si no lo hubiera – el cansancio – andaríamos por ahí haciendo “la cabra” sin permitir que el cuerpo se reorganizara.
Todo este rodeo para presentar el libro que incluso con cansancio y fiebre he leído ávidamente. No solo lo he leído con mucho gusto sino que además me ha explicado muchas de mis actuaciones pues esta neurobióloga y neuropsiquiatra estadounidense hace una exposición desde la biología para explicarnos las entretelas del cerebro femenino.
¡Bendita biología! Si alguien me hubiera dicho hace años que la biología iba a ser la clave de la comprensión – que no de la actuación, pues una vez entendido luego ya puedes actuar cómo sientas – ¡no lo hubiera creído! – para los que no me conozcan desde el principio del blog, una es de letras.
Como muy bien explica una y otra vez el Dr. Padilla, la mujer, lo femenino (fémina = mina de fe) no sabe quién es verdaderamente porque desde todos los ángulos – científico, educacional, social, familiar… se le han dado explicaciones peregrinas y nunca positivas a esos “cambios” que la mujer manifiesta en su pensamiento – en su sentimiento y en su hacer a lo largo de cada día, de cada etapa… de la vida.
Y se les olvidó explicarnos cómo funcionaba nuestro cerebro. Ya ven. Resulta que la biología, la biología innata, la que hace que una gata madre juego con sus gatitos hasta un día concreto. A partir de ese día, los gatitos van a buscarla para jugar y ella los rechaza casi violentamente. Y a nadie se le ocurre decir que es que las gatas son un poco “locas”.
Amén de no conocer la biología, una servidora además, “se creyó” a pies juntillas aquello de la igualdad de los sexos, así que todo lo que indicara diferencia… no era tomado en cuenta. Éramos iguales y ya está.
¡Y un pepino! De iguales nada. Y además somos diferentes por “mandato” biológico, ni más ni menos. A diferente función – y la tenemos – diferentes características – y las tenemos. (¡Menuda timba se armó el fin de semana cuando hice mención a estas diferencias con una amiga feminista feminista!)
Tan diferentes que de no conocer esas divergencias se hace compleja la relación con lo masculino, con los hijos, con los padres… Sin embargo, el conocerlas, abre las puertas a una relación verdadera, honesta y liberadora tanto de la mujer con ella misma como con el entorno – sea del género que sea.
Con las variantes y grados que queramos, la mujer está preparada biológicamente con una serie de funciones que ella irá desarrollando a lo largo de su vida.
Me sorprendió saber que el bebé niña tiene una capacidad innata de leer rostros y adivinar emociones. Por ello, la niña busca mucho más el contacto visual con cada persona con la que se relaciona – y también busca su aprobación – mientras el niño está a sus juguetes, a su movimiento…
Para la función femenina es importante leer los rostros y los tonos de voz y saber qué sientes, cómo estas… para poder ayudar. Por eso, cualquier variación en el rostro, en la postura, en la voz indican a lo femenino que algo ha cambiado. Si ese cambio, por ejemplo, incluye un tono de voz o gesto agresivo… la niña que biológicamente está preparada – y su composición hormonal así lo fomenta – para resolver y apaciguar, siente en una parte del cerebro que recoge las alarmas como es la amígdala…que la seguridad está en peligro y por lo tanto hay que hacer algo para restablecer la paz y la seguridad. Y aquí es donde ya comprendo algo que desde hace tiempo me rondaba la cabeza y es que pareciera que la mujer a veces “se vende”
Nada más lejos de la realidad bioquímica: nuestras hormonas nos ayudan a restablecer la armonía y no a meternos en conflictos, no es que nuestra mente retorcida nos lleve a vendernos. Y no porque lo femenino sea mejor que lo masculino sino porque de eso dependía nuestra supervivencia, así que la sabiduría generada a lo largo de la evolución nos fue dotando “con propiedad” para lo que fuera menester.
Siendo de letras, cuando ando en terreno de ciencias y más aquí que todo son nombres raros de hormonas… soy un poco más lenta: necesito pasarlo todo a un nivel básico para después ir ensanchando y complejizando. Y en cualquier caso, a la hora de explicarlo, como en esta entrada – por ejemplo – seguro que meto la pata más de una vez. Perdonen los entendidos.
Una servidora estudio biología hace mil años y me sonaba todo a hipótesis de trabajo que hacían los biólogos, antropólogos… resulta que el verano pasado en una clase con Montse Batlló, esta nos explicaba el sustrato biológico de actitudes femeninas y masculinas. Recuerdo que mujeres de mi edad, a la hora de comer, comentábamos “¡vaya una que montamos las feministas con esto de la igualdad de los sexos!” (Más ahora sabiendo que todo aquello fue montado por el sistema, ¡ay!)
Claro que somos iguales, como seres humanos y sin embargo ¡tan distintos! ¡Alabado sea el Cielo por ello!
La biología nos ha dotado – por sabida evolución – a unos y a otras de un complejo entramado de sustancias como las hormonas que nos conforman para las diferentes funciones a las que estamos llamados. No podía ser lo mismo un hombre que se iba a cazar y estaba solo durante tiempo y tiempo que una mujer que necesitaba de una extensa red de relaciones para sacar adelante su prole y su vida.
En la página 181, nos dice:
“Cuando veo a una pareja que no se comunica bien, el problema suele consistir en que los circuitos cerebrales del hombre le llevan frecuente y rápidamente a una reacción colérica, agresiva; la mujer se espanta y queda paralizada. Sus arcaicos circuitos le avisan que hay peligro pero ella prevé que si huye perderá a su proveedor y tendrá que defenderse sola” ¿Les resuena? A mí, personalmente, me ha solucionado la vida. ¡Ole!
Parece que hemos evolucionado muchísimo y sin embargo a nivel biológico seguimos reaccionando con los mismos “presupuestos” de la Edad de Piedra.
Si lo sabemos, podremos paliar los efectos de la descarga hormonal que supone por ejemplo que nos “sintamos en peligro”. Claro, eso supone, un acto consciente de atención y de “eh, los Picapiedra están actuando” – con humor – para decirle a tu amígdala “No preocupar, estamos a salvo” Automáticamente, se siente alivio en la zona del tronco cerebral que produce un relajo incluso de la percepción.
Como decía unas líneas más arriba, fue leer estas líneas y “comprender” una de mis claves de actuación ¡Yo actuaba así! En cuanto percibía el más leve atisbo de que podía estar en peligro de “exclusión” y por tanto de muerte… me paralizaba, me tragaba la bilis y… me iba consumiendo. ¡Y no lo entendía pues en general me siento capaz y válida… y sin embargo, a veces…!
¿Por qué no me movía? ¿Por qué no me defendía? Porque la Vilma Picapiedra que está en mi amígdala me está diciendo “¡cállate, si dices algo te quedarás sola y ya sabes que sola te morirás!”
Y a pesar de que suena primitivo ¡así funciona nuestra biología! (habrá casos que no, claro pero mejor saberlo). Lo primero y fundamental es la supervivencia y nuestro “inconsciente biológico” hará lo que sea para que lo entendamos y no nos pase nada.
Así el torrente sanguíneo se verá inundado de X o de Y en función de nuestras emociones que provienen de la percepción que tengamos de una situación.
Y sabiéndolo, luego ya puedo pensar:
- “ah, pilla, te pillé. Ya sé que esto de ahora te parece un peligro de muerte pero… ESTAMOS A SALVO. Tranquila. Yo voy a decir lo que debo porque sino mi expresión no es honesta sino limitada por el miedo. Miedo que ahora mismo solo es una “idea” de ese cerebro “arcaico” que ha grabado todas las experiencias, todas las soluciones. Y de ellas, entonces, la mejor era… ¡no enfrentarse!
- “Si te enfrentas, te dejará, te morirás de hambre y nunca más encontrarás a otro hombre”
- Gracias por la solución pero yo sé lo que valgo y voy a expresarme sinceramente.
El poder darse la vuelta y decir (o al menos sentirlo)
- “gracias amígdala, eres muy amable, te agradezco la solución pero no tengo miedo, estoy a salvo, tengo recursos para vivir sola (no hablo solo de recursos económicos) y puedo expresarme libremente sin el límite del miedo”
Depende en gran medida de un desarrollo emocional equilibrado y consciente. Y este de un “relleno”, de un “sustento” espiritual que hará cambiar todo el proceso bio-químico y eso a la vez ¡cambiará nuestras respuestas, nuestros pensamientos, nuestras emociones y en suma nuestros actos que a la vez transformarán nuestras percepciones que cambiarán nuestras emociones…!
En la naturaleza, nada es de un solo sentido. Va y vuelve y va y vuelve y todo se retroalimenta.
Gracias, viajeros, un placer compartirme y ojalá que les sirva para conocerse un poquito mejor. En este espacio siempre hemos dicho que lo primero es conocer, después ya podremos actuar de una manera o de otra. Pero si no conocemos, si no sabemos… eso que llamamos innato nos lleva a su ritmo, no al nuestro.
A continuación les he «copiado» un capítulo del libro. Para el resto, ya saben, comprarlo – es baratito – y si no, leerlo en pdf (que no es lo mismo, para mi gusto). Les comparto el enlace: http://creatividades.rba.es/libros/pdf/Cerebro_2010.pdf
TEMOR AL CONFLICTO
Los estudios indican que las muchachas estás motivas – en el nivel molecular y neurológico- para remediar e incluso evitar el conflicto social. El cerebro femenino tiene como finalidad mantener la relación a toda costa. Esto puede ser especialmente efectivo en el cerebro de la adolescente.
Recuerdo cuando Elena, la hija may9r adolescente de mi amiga Shelly, trasnochaba casi toda la semana con su mejor amiga, Phyllis, y, si no lo hacía, hablaban por teléfono hasta que tenían que irse a la cama. Cierto día, Phyllis empezó a hablar mal de una muchacha poco querida de la clase con quien Elena había trabajo una íntima amistad en la escuela primaria. Su maldad incomodó y enfadó a Elena pero, apenas pensó en enfrentarse a Phyllis, su mente y su cuerpo fueron asaltados por una oleada de angustia. Se le ocurrió que si le echaba en cara a Phyllis ni siquiera una sombra de crítica, la discusión podría significar el final de la amistad. En vez de arriesgarse a perder su amistad con Phyllis, Elena decidió no decir nada.
Este es un disco que suena en el cerebro de toda mujer ante la idea de cualquier conflicto, incluso de un pequeño desacuerdo. El cerebro femenino reacciona con una alarma mucho más negativa ante el conflicto y el estrés de las relaciones que el cerebro masculino. Los hombres gozan a menudo con el conflicto y la competición interpersonales, incluso alardean de ellos. (Así lo vivo día a día en mi entorno cercano ahora mismo muy masculino). En las mujeres el conflicto moverá probablemente una cascada de reacciones hormonales negativas creando sentimientos de estrés, alteración y temor. El mero pensamiento de que puede haber un conflicto será leído por el cerebro femenino como una amenaza a la relación y traerá consigo la preocupación de que la siguiente charla con su amiga será la última.
Cuando una relación está amenazada o perdida, caen en picado algunas de las sustancias neuroquímicas del cerebro femenino – como la serotonina, la dopamina y la oxitocina (la hormona de las relaciones) y pasa a dominar la hormona del estrés, el cortisol. La mujer empieza a sentirse angustiada, aislada y temerosa de verse rechazada y aislada. (…)
Tan pronto como una mujer ve heridos sus sentimientos, el desequilibrio hormonal desencadena la temible fantasía de que la relación está acabada. Por esa razón, Elena decidió dejar pasar el comentario malicioso de Phyllis sobre su amiga, para no arriesgarse a un choque que pondría fin a la amistad. Tal es la desazonante realidad que se plasma en el cerebro femenino. Por eso la ruptura de una amistad o la simple idea del aislamiento social resultan tan angustiosas, especialmente entre las adolescentes. Muchos circuitos cerebrales están sintonizados para registrar la proximidad, y cuando resulta amenazada el cerebro hace sonar ruidosamente la alarma del abandono.
Robert Josephs, de la Universidad de Texas, ha concluido que la autoestima de los hombres deriva mayormente de su capacidad para mantenerse independientes de los demás, mientras que la autoestima de las mujeres se sustenta, en parte, en su capacidad para conservar las relaciones afectuosas con el prójimo. Como resultado, acaso pueda ser la principal causa de estrés en el cerebro de la mujer o de la joven, el temor a perder relaciones de afecto y la carencia de apoyo vital y social que la pérdida causaría.
Una ocasión creciente de estrés y angustia en la pubertad de una muchacha, puede estar directamente relacionada con la formación de grupos y clubes. De hecho, la formación de grupos puede ser efecto de su respuesta ante el estrés. Hasta hace poco se cría que todos los seres humanos reaccionaban ante el stress con arreglo a la conducta de combate o fuga, descrita por W.B. Cannon en 1932. Según esta teoría, una persona sometida a estrés o a una amenaza atacará a la fuente de dicha amenaza si existe una posibilidad razonable de vencer; de lo contrario, el individuo escapará de la situación amenazadora. De todos modos, la conducta tipo “combate o fuga” puede no ser característica de todos los humanos. La profesora de psicología de la Universidad de California, en los Ángeles, Shelly Taylor, arguye que ésta es con mayor probabilidad la respuesta “masculina” a la amenaza y al estrés.
Ambos sexos, sin duda, experimentan un intenso aflujo de sustancias neuroquímicas y hormonas cuando se encuentran sometidos a un estrés agudo; sustancias que los preparan para hacer frente a las demandas de una amenaza inminente. Este aflujo puede hacer que los varones salten a la acción; sus modos de agresión son más directos que los femeninos. Pero el combate puede no haber estado tan adaptado evolutivamente para las hembras como lo fue para los machos, porque las hembras tienen menos posibilidad de derrotar a los machos, más corpulentos. Incluso si estuvieran igualados en fuerza con sus oponentes, entrar en combate podría significar que un pequeño indefenso quedase abandonado y fuese vulnerable. En el cerebro femenino, el circuito propio de la agresión está más íntimamente ligado a las funciones cognitivas, emociones y verbales de lo que está el carril varonil de la agresión, que se halla más conectado con las áreas cerebrales de la acción física.
En lo concerniente a la fuga, las hembras menos aptas, en general, para escapar cuando están embarazadas, crían o cuidan de un niño vulnerable. La investigación ha establecido que las hembras de los mamíferos, sometidas a estrés, raras veces abandonan a sus crían una vez que han formado lazos maternales. Como resultado, las hembras parecen disponen de algunas reacciones ante el estrés, además del “combate o fuga”, que les permiten protegerse a sí mismas y a las crías dependientes de ellas. Una de estas reacciones puede ser la de confiar en los lazos sociales. Las hembras de un grupo social fijo están más inclinadas a acudir a la ayuda recíproca en situaciones de amenaza o estrés. Las hembras pueden avisarse mutuamente dentro del grupo anticipando el conflicto, lo cual les permite alejarse del peligro potencial y continuar cuidando sin peligro las crías dependientes. Esta norma de conducta se denomina “cuida y busca amistades” y puede constituir una estrategia particularmente femenina. Cuidar implica actividades de tutela que fomentan la seguridad y reducen la desgracia para la hembra y su cría. Hacer amistades es la creación y conservación de redes sociales que puedan ayudar en este proceso.
Recuérdese que nuestro moderno cerebro femenino conserva los circuitos antiguos de nuestras antepasadas más exitosas. Al principio de la evolución de los mamíferos, las hembras pudieron muy bien haber formado redes sociales de ayuda cuando eran amenazadas por los machos, según indican estudios sobre algunos primates no humanos. En ciertas especies de monos, por ejemplo, si un macho es desmedidamente agresivo con una hembra, las demás integrantes del grupo acudirán a hacerle frente, se plantarán hombro con hombro y lo ahuyentarán a fuerza de chillidos amenazadores. Estas redes de las hembras proporcionan también otros tipos de protección y apoyo. Muchas especies de hembras de primates velan y cuidan las crías de otras, comparten información acerca de dónde encontrar alimentos y crean normas de conducta maternal para que aprendan las hembras más jóvenes. La antropóloga de la Univ. de California, Joan Silk, encontró un vínculo directo entre el grado de conexión social de los babuinos hembras y su éxito en la reproducción. En su estudio, realizado a lo largo de 16 años, demostró que las madres más conectadas socialmente tenían mayor número de cachorros supervivientes y mayor éxito en la transmisión de sus genes.
Las adolescentes empiezan a crear y practicas estas relaciones de amistad durante sus charlas íntimas en los baños de la escuela. Biológicamente están alcanzando la fertilidad óptima. Los cerebros de la Edad de Piedra que hay en ellas están inundados de sustancias neuroquímicas que les piden que se relaciones con otras mujeres para poder ayudarlas a proteger a la prole. Su cerebro primitivo les está diciendo: “Cancelad este vínculo y tanto vosotras como vuestra descendencia estaréis perdidas”. Es un mensaje convincente. No es sorprendente que las muchachas consideren insoportable la sensación de quedar excluidas.