A esta hora – al rededor de las 12 de la mañana – empieza a dar el sol por este lado de la casa y a medida que va descubriendo la esquina de la vivienda contigua, sus rayos iluminan el altar de plantas que El Finder crea y recrea cada estación. Nunca está igual ni nunca es igual. El Finder hace honor a su propósito de vida que es el cambio – en base a la onda encantada maya – y cada día o cada rato cambia una planta de sitio, pone esta aquí, ahora la otra allí… Requiere mi atención ver y sentir los cambios. Un altar creado con intención que me permite sentir emocionada la Creación divina sucediendo.
Y como digo, los rayos del sol van iluminando ahora una flor de caléndula amarilla, ahora un geranio de flores rojas y estas parecen descubrirse a sí mismas y brillan. Ahora a los pensamientos amarillos, violetas, ahora a las petunias rosas, blancas… ahora a las hortensias… y cada una, en su momento, parece que se desperezara de la noche o de a saber y brilla, brota en su magnificencia, en su esplendidez (seguramente no existe la palabra ¿o sí?)
¿No es eso lo que nos sucede cuando los rayos del amor nos tocan?
Y pareciera que cuando decimos que los rayos del sol iluminan los colores…nos imaginamos que el sol es algo separado en el Universo, algo que de por sí produce ese brillo. Y no. Para que sus colores brillen es necesario, además, que la planta tenga la suficiente tierra y que esta haya recibido el regalo del riego y que … O sea que el sol no es el artífice del brillo sino la confluencia de la tierra, el agua, el aire, la temperatura y el sol mismo. Ninguno por su cuenta y riesgo lo haría brotar, es en colaboración o no es.
Y así nos sucede a nosotros. Que pensamos que el brillo nos lo da Paco, María, el trabajo estupendo que tengo o ese dios que nos han transmitido y sin embargo, solo se da en combinación, en colaboración, en fluir a una. La corriente de un río no se va desparramando a cada rato, fluye a una y eso le da el sentido y el brillo.
Todos fluimos a una, lo sepamos o no y en nuestro caso, en el del ser humano, como nos regalaron un programa de separación, de dualidad… para fluir en unidad necesitamos de nuestra consciencia, de hacerlo conscientes.
Sentir, sentir sin pensar… es un primer paso hacia ese brillo.
Es curioso porque nuestro ser es el reflejo divino de una colaboración precisa y generosa de todos los integrantes: células, órganos, tejidos, sentires, nutrientes… Todos a una somos y sin embargo «parece» que puede la sensación de «cada uno va a lo suyo» y entonces te pueden quitar el bazo o vete a saber diciéndote que no pasa ná. ¡Cómo no va a pasar ná! ¡Hombre, claro, el ser se adecua, se adapta… pero pasar pasa!
Uno de nuestros integrantes-reflejos (es como un ida y vuelta: te integran y reflejan tu estado «mental-emocional») son los dientes, esas perlas que brillan cada vez que nuestro corazón sonríe y se alegra. Por razones de ignorancia – prefiero pensar – nos han transmitido que los dientes van por libre y sin embargo recogen las memorias del clan, de la familia, del ser, de la vivencia de ese ser.
No conozco a nadie mejor y más amoroso y a la vez divertido que el Dr. Beyer para explicarnos esa unión entre el Cielo y la Tierra que son nuestros dientes. El espíritu y la forma también a una.
Ya hace unos días que escuché esta introducción a un curso de 6 días sobre descodificación dental impartido por él. Disfrútenla con todo el alma.
Curiosamente el día que la había visto llegó un comentario de una mujer – que se decía muy mayor – que agradecía en el alma el anterior vídeo que compartí porque se había pasado la vida de dentista en dentista, a cual más caro e importante… para culminar con un par de dientes – todos los demás perdidos en la vivencia cotidiana del existir – porque nadie sabía de estas cosas. Pues ya es hora de que vayan aprendiendo ¿a que sí?
Gracias, viajeros de luz. Un placer