Gracias por esta oración reveladora. Ojalá «queramos» y decidamos salir de nuestro guetto de hacer las cosas como las hemos hecho siempre, como dios manda, como se han hecho toda la vida…ojalá seamos capaces de, como dice el autor:
Ser, realmente, el comienzo de un hermoso diamante.
Para ello, el autor, nos sugiere algo básico: salir del poder de la mirada hosca, de la lengua viperina, del gesto sin ternura… salir de la vulgaridad, en suma.
Gracias
EL TRIDENTE DE LA OPINIÓN DE LA VIDA
DR. JOSÉ LUIS PADILLA
17/11/13
Es lo más frecuente, que… la opinión sobre la vida –por parte de la humanidad, del ser de humanidad- oscile en tres niveles:
Los que la maltratan, la desprecian, la detestan, la critican, la “quejan”…
El otro extremo: en el que la grandilocuencia lleva a exagerar las capacidades, los logros, los alcances que ha tenido – como especie- la humanidad, y que ha… ¡casi conquistado el mundo!
Y luego hay una franja media que –como se diría en España- “va tirando”; porque es la opinión de… de arrastrar, de seguir, de: “Bueno, ya veremos” –no se sabe si se verá o no-,“bueno, no sé”, “bueno, tal vez”, “bueno, quizás…”.
Es ‘el mesodermo mental’ del ánimo, que no llega a reírse del todo, no llega a llorar –casi se le cae la lágrima, pero se sujeta-, no llega a… No llega, ni sale.
Quizá, en esas proporciones, la mayoría de la especie resida en esa franja media, con picos de exacerbación, de exaltación del ego o de la egolatría mundial, porque hemos llegado a Plutón o porque se ha conseguido la síntesis del bicarbonato con vino, para que siente mejor –cualquier deshonestidad puede ser celebrada-, y otros picos en los que:
-La vida es perra, la vida es desagradable, la vida es esfuerzo, la vida es sangre, sudor y lágrimas. ¡La vida es una mierda… pero no queda más remedio que vivirla!…
-¿Cómo que no queda más remedio?
-No, porque… mi importancia personal me impide suicidarme.
¿Ven? Hay alternancias ahí.
Y parece –pareciera- que esos tres vectores –bueno, más que ‘pareciera’, es así, pero… ahora explicamos el ‘pareciera’- parece como si esos tres vectores estuvieran ahí, e indefectiblemente fueran, en vez de “dos gardenias para ti” –como decía la canción-, “tres puñales para ti”.
La pregunta orante es: “¿Eso es… eso es lo que hay?”.
Y a todo esto –bajo esos estados de narcolepsia mental, afectiva y espiritual, racional e intelectiva-, ¿es posible sintonizar… al menos con Houston, y al menos decir: “Tenemos un problema”?… ¿Es posible –bajo esos estados de solemne apatía y picudos aconteceres- es posible –desde ahí- sintonizar con otra realidad? Véase “lo Divino”, véase “la
Creación”, véase… ¿O… o picudamente hay que estar: “Pica por aquí, pica por allá, mantente en el medio, y no digas ‘ná’?”
Aparentemente, la pregunta es boba, o tonta, o estúpida. ¡Sí! ¡Sí, sí, sí, sí! Bajo el punto de vista orante de ahora mismo, lo es. ¡Pero!, pero… en la práctica cotidiana… se cumple la ley de Julio Iglesias: “Voy de aquí para allá, tú sabes que soy un sentimental”. Y entonces, la persona va de aquí para allá –la ley de Julio Iglesias- y, por el sentimiento, me convierto en un sarmiento… o en un ‘memento’ o… en un escarabajo.
Y entonces, en esos momentos y en esos estados de ‘mediumnidad’ –sin médium ¿no?; “del medio”- y en esos estados de ‘picuda algidez’, cuando es álgido es porque… “Es que… me lo merezco. Es que… mi esfuerzo me ha costado. Mi herencia, me la han dado. ¡Sho!”. Cuando es down: “Pues… ¡si es que es así! Si es que no…”
Como ven, es el gueto trinitario. Ese gueto trinitario, por mucho que… que filosofe, que vaya al Circo del Sol, que venga al circo del demonio… parece como si lo Creativo, lo orante, lo que realmente nos puede conectar hacia lo liberado, no… no llega a empapar; ¡pasa!… –pasa por el cuerpo, por la mente, por el corazón- y resbala. Es como si esas ‘tres gardenias para ti’ estuvieran impidiendo que nuestro ser se haga poroso –“se haga poroso”- y permita la piedad, la bondad, la ecuanimidad, la conexión y la visión de los aconteceres, con universalidad, con creatividad, con creación, con… la admisión del Auxilio.
Es otra… otra estancia, la que en esa trinitaria posición se mueve, pero no llega a conectar con… la posición del Misterio, ¡de lo místico!, de lo celeste, de lo Creativo, de lo Creador.
La consciencia de verse ‘trinitariamente inmovilizado en el gueto de los tres pinchos’ –o de las ‘tres lanzas’ o los ‘tres puñales’- ya es un punto: reconocerlo. Y saber… –porque se sabe; se sabe filosóficamente, intelectualmente: con la mente, pues- que la Creación… que estamos en un universo ‘multiuniversal’ e infinito… que la vida es eterna –en eternidades o en cinco minutos, depende del gusto del consumidor-…
¡Conectar con eso!, que se sabe… eso: “mente”, pero no ha penetrado, no hemos abierto el poro para que entre: ¡entre al corazón caliente!, entre a la mente ¡convulsionada!, entre a la aburrida simiente y… ¡y la dinamice!, la ejercite y la haga rebrotar de otra manera. Y en vez de quedarse relamiéndose las heridas, los dramas y las tragedias… – personales-, abordarse en otras perspectivas que meditativamente se han vivido, que Contemplativamente se han escuchado, que orantemente se han remachado…
Si no se entra en ese punto de conexión, la vida se queda en ese tridente. Y en cualquiera de los tres estadios, cualquiera es capaz de demostrarse –demostrarse- que es así.
Y es en la llamada orante cuando podemos darnos cuenta de nuestros retorcidos personajes interiores, que dramatizan cualquier situación hasta llevarla a la desgracia, o la vulgarizan cotidianamente como “¡bah!”, o la ensalzan egolátricamente.
¡Y es en la oración cuando podemos salir!… ¡Y es a través de ella cuando podemos conectar con otra consciencia que nos saque de ese gueto!; de ese gueto “mente”… ¡que miente!, ¡que materializa!
“Mente que miente”. Y que miente porque, cuando –por ejemplo- va a auxiliar a un necesitado, o le miente poniéndole todo oscuro y denigrado, o miente cuando lo deja crónico y abandonado, y miente cuando le promete… lo mejor.
Debería ser, el sanador, el que más –y mejor- asumiera la búsqueda incesante de esa conexión, de esa derivación… para salir del gueto y entrar en la contemplación de pertenecer a un universo de universos infinitos, a una consciencia de eternidad y de inmortalidad, y a un sentido amante… del convivir.
Si no soy orante previo ante… el desespero sufriente, poca simiente voy a echar para que nazca otra realidad. Me pondré a llorar con él, o me pondré a desesperarme…
¡Vaya ejemplo! ¡¡Vaya ejemplo!!: el sufriente y doliente que llega, y, en vez de mostrarle, descubrirle y guiarle hacia otra realidad, se le amortigua en su desespero para que pueda desesperarse más.
¿¡No es, acaso, el sanador, el aliciente imprescindible para… para que la esperanza se reavive!? ¿¡O acaso el sanador se ha convertido en un “matador”, que desprestigia todo lo que dice, lo que piensa, lo que siente y lo que se hace!?
Si no se está con esa latencia previa, orante, difícilmente se puede salir de ese tridente que termina –que termina, que termina-… que termina y extermina la fe, extermina la esperanza, extermina la ilusión, extermina la fantasía, extermina la imaginación…
Y ese sentido orante es universal; y abarca a todos los seres… cuando se ejercita en el sentido liberador, no cuando se ejercita en el sentido posesivo y personal de credos, leyes, normas y… ‘antropomorfosis’ divinas.
La oración, así, se constituye en el principal –por situarla en su dimensión- “vehículo”, “prestación”, “medio” que la Creación nos brinda para que, a través de ella, podamos… más que podamos, ¡seamos!, un testimonio de vida; un testimonio de la Creación. De ahí que, cuando se hace hincapié orante, no sea un hincapié… insolvente, automático o algo parecido.
¡No, no! No hemos hecho un viaje “apostólico” –recientemente- por las escuelas, para propagar la fe y para convencer a ‘alguien’. ¡No! Hemos vivido ese desarrollo y ese trascurrir, a consciencia de lo que acabamos de decir: a consciencia de reanimar, reverdecer, rejuvenecer, reactivar… esa opción, esa posibilidad que nos coloca, precisamente, ¡en otras perspectivas!; y que en ese camino vamos.
Claro. Cuando se está en esa euforia, en ese detritus y en ese ‘mesomentalismo’, pues lo único que se hace es destruir: la crítica fácil, el comentario jocoso, “lo digo pero no lo digo”, “total, no era mi intención…”. ¡Claro! La vulgaridad, al acecho permanente. La vulgaridad, a la actitud de atentado continuado.
“¡No! ¡Que no haya nada nuevo!, ¡que no haya nada bello!, ¡que no haya nada resplandeciente, porque yo ya me he negado a ello! ¡Yo ya me he negado a todo! Y cualquier disgustillo, o disgusto, o atractivo… lo dramatizaré más y más”.
Esa es la actitud habitual.
“Y destruiré, cuanto más, ¡mejor!: con la actitud, con el gesto, con la palabra, con… ¡Y salpicaré todo lo que pueda!… Alguna vez tendré que ser protagonista, ¿no?”.
Eso, eso se dice en el tridente: “Hay que ser protagonista, aunque sea en las peores maldades”.
Y justo en ese tridente, cuando se está en él, en esa “mente perturbada” –que sería realmente la palabra exacta-, en el salpicadero que se produce, ¡se arrasa con todo! ¡No se reconoce nada! ¡Nada! ¡La mente pierde la memoria! Se olvida de los testimonios, de lo vivido, de lo recibido, de lo cuidado que ha estado… ¡Nada! ¡No! ¡Hay que tirar por el
medio, y destruir, cuanto más, mejor!
¿Era un tridente lo que llevaba el demonio?
Sí. Como los endemoniados… habitualmente se está: que no te vaya –ni una pizca- algo, mal, porque te enfurecerás y salpicarás y destrozarás ¡cualquier cosa renovada que a tu alrededor haya!
¡Faltaría más!…
El Sentido orante nos reclama otra disposición. Nos ‘re-llama’. Pero nos ‘re-llama’ y ‘re-llama’ y ‘re-llama’, ¡tantas veces!… ¡Tantas!… Pero resbala y resbala y resbala y resbala, ¡tantas veces!, que lo que parece milagroso –y ya debería ser un mínimo asombro- es que… insista, lo orante. ¡Se insista! Sin duda, algún interés creador, creativo, hay.
Porque lo más fácil sería: “¡Voilá! ¡Hala! ¡Sigamos la vulgaridad cotidiana! ¡Busquemos la mejor economía, el mejor disfrute y el mejor plan! ¡A quemar la vida!”.
¿Eso es lo que se quiere? Si eso es lo que se quiere, este camino no sirve. “No sirve”: no sirve a ese ideal.
Este sentido orante no sirve… a ningún ideal humano.
Este sentido orante es una muestra original del reflejo de la Creación, que trata de llegar al poro cerrado del tridente encapsulado, egoísta y soberbio, ¡que se justifica!… y que se retuerce como un caracol, sin la belleza de éste.
Desde que el hombre inventó el disparo –después de la quijada del burro, que acabó con la presencia de Abel- desde que el hombre inventó el disparo, no hace más que disparar. Y a cualquier pequeño fleco que porte una bondad, le dispara y lo destruye, y acaba con esta virtud.
La vulgar presencia del hedonismo egoísta de mis problemas, de mis situaciones, de mi estado, está cargada de balas envenenadas ¡que dispara y dispara y dispara a cualquier brote que aspire a… a una sonrisa!, a una serenidad, a…
¡Resulta absolutamente desolador! Porque el tridente no se da cuenta, ¡claro! El tridente está en su gueto, y no se da cuenta. ¡Pero no se da cuenta de lo desolador que supone el que la oración remache y remache!, y vuelva y venga… ¡y por arriba, y por abajo, y por delante, y por detrás, y por el frente, y por al lado!… ¡por el este, por el oeste, por el norte, por el sur!…
“¡Ay, qué maravilla!”. “¡Ay, qué maravilla!”. “¡Ay, qué maravilla!”.
¡¡Mentira!!…
Cuando todas esas maravillas están ahí, y cuando el egocentrismo es tocado por alguna incomodidad, ¡todas las maravillas desaparecen! ¡Todas las maravillas son disparadas… con morteros, con flechas y con todo lo que haya!
-Sí; porque es que es mi problema, porque es que yo soy así, porque…
-Pero ¿no decías…? ¿No habías dicho…? ¿No habías comentado…?
-¡No!, pues… sí, pero eso fue en un momento de tontería, en un momento de ‘tontuna’ que a veces le pilla a uno, pero la verdad es…
Y se esgrime la palabra “verdad” con un filo de hacha retorcida, que ¡no!, no… ¡no! Ciertamente, esas hachas retorcidas, esos disparos… no dañan ninguna oración; ¡no debilitan ninguna ilusión! –de las que están, de las que viven, de las que proclaman-. ¡No! Apunten hacia otro lado.
El sentido orante revelador –¡el sentido orante revelador!- que trata de situar al hombre en un plano de liberación, a través de descubrirle en su posición… y hacerle que sea un reflejo vivo de la Creación, induciéndole a lo Creativo, a lo esperanzador, a la vivencia del misterio, no se ve afectado por el vulgar disparo o las lágrimas de desolación. ¡No! En absoluto. ¡Sólo faltaría eso! Si se viera afectado, no sería oración; no sería sentido liberador. Sería una parte –como ocurre en la mayoría de las religiones- una parte más de mi egocentrismo personal, que crea “el dios particular”: que con él me enfado cuando no salen las cosas bien, y con él me alegro –¡bueno!, la alegría va de mi cuenta, ¿verdad?- cuando las cosas salen bien.
¿Puede ser… – es una pregunta – puede ser que, en este tramo culminante de la renovación, el ser se haga algo poroso, sea valedor de virtudes, de posibilidades, y al menos guarde la pistola y la lengua envenenada, por un rato…? ¡Y al menos permita que… que otros puedan conectarse! Y el que quiera seguir en el gueto, ¡que siga!, pero que tome bien nota de una cosa: sus posiciones no afectan a la Creación, al Aliento Creativo, ¡para nada! Si envidia tiene de la Creación, si envidia tiene de la vida –¡como vida!-, si envidia tiene de todos aquellos que bien estén, que la tenga; pero… ni un ápice –ni un ápice- del Misterio de la Vida va a modificarse por un conglomerado absoluto de vulgaridad.
¡Cierto! “Ni un ápice”.
Y sería, en consecuencia, ahora –ahora: cuando nos acercamos a culminaciones y a nuevas renovaciones y nuevos proyectos-, el incluir una pequeña renovación que deponga –vamos a aspirar, ¿no?- que deponga las armas, que deponga el verbo viperino, que acreciente el deseo: el deseo de liberarse, ¡de buscar!, de descubrir, de sorprenderse, ¡de admirarse!…
No solamente es posible –“no solamente es posible”- que eso ocurra, sino que es la intención orante de que así sea.
Y que nadie se pregunte –como habitualmente se hace-:
-¿Y qué puedo hacer para salir de la vulgaridad?
-¡Pues dejar de ser vulgar, idiota!
-¿Y qué he de hacer…?
O sea, es la típica pregunta macabra. Es macabra, sí. Sí; porque se buscan las soluciones fáciles, y que alguien te las diga –para no cumplirlas, claro-.
-¿Y qué he de hacer…?
-¡Usted sabe! ¡Usted sabe perfectamente cuáles son sus vulgaridades: su suciedad, su descuido, su desagrado, su malestar, sus contestaciones, sus críticas, sus genios, sus permanentes quejas!… ¡Eso es vulgaridad, coño!
¡Va a preguntar: “¿Qué puedo hacer para salir de la vulgaridad?!”. ¡Oiga más música clásica!, ¡dese más paseos por el campo!, ¡y deje de masturbarse! ¿¡Más claro!? ¿¡Hay que poner más ejemplos!?
“¿Y que puedo hacer…?”
Se suele decir: “Ya somos mayorcitos, ¿no?”. Pues parece ser que no del todo, ¿eh?
El sentido orante de hoy es, de nuevo, una invitación; una invitación ¡decidida!, una invitación ¡animosa!, una invitación ¡sin trampa!, una invitación a recoger todo lo que se ha sembrado… e incorporarlo, ¡ejercitarlo!, y salir de ese gueto de vulgaridad creciente. Ser, realmente, el comienzo de un hermoso diamante.
¡Y no hay ninguna exclusión! No hay ningún motivo ni justificación para excluirse. Es una invitación formal ¡a una fiesta! ¡Ahí tiene usted la carta de presentación! ¡Ahí tiene usted la invitación!: el sentido orante. ¡Ahí la tiene! ¿Vendrá a la fiesta? ¿O…?
¿Vendrá a la fiesta? ¡Está invitado!
No se han tenido en cuenta sus antecedentes ni sus… ¡No!, ¡no! Se ha hecho “tábula rasa”.
Se le invita a una fiesta.
Se le ofrece un regalo.
Se le quiere, oiga. Se le ama… ¡oiga!
¡Oiga!…