TODO CUANTO NECESITAS, ESTÁ EN TÍ

Un cuento chino… dice la portada, ja, ja. 

Ya llevaba tiempo queriendo compartir este cuento con ustedes y ayer madre me lo puso en bandeja para poderlo presentar. Así pues se lo dedico a ella que sigue y sigue preguntando «por qué a mí? por qué me pasa esto ahora si yo estaba tan bien? …» 

Es alucinante pero no ha habido ni un solo día que haya cambiado el discurso, ni con partida de padre ni con nada. ¡Si no supiera que no le gusta el fútbol diría que le había engatusado Mourinho con su famoso «por qué, por qué, por qué?!

Este es un cuento que me llegó hace muchos años y que cada cierto tiempo he de sacar de la estantería para releerlo como si el Sabio que guía al emperador apareciera para «recordarnos» nuestra valía. 

No lo comparto entero, he obviado la primera parte en la que la ciudad de Lo-Yang queda practicamente destruída así como la mayor parte de los habitantes, incluida la familia del emperador. El emperador en su «dolor» no hace más que preguntarse ¿por qué me ha ocurrido esto? ¿qué puedo hacer yo si ya no tengo nada?… vamos ¡una alegría! Preguntas mentales que llevan a más dolor y a ninguna acción. (Es la clave de nuestro nombre: El lamento no viene a cuento.)

De repente, se le aparece el Sabio…

Qué lo disfruten, viajeros. 

Franqueó los muros derruidos y se dirigió a su jardín, que estaba milagrosamente intacto: ni una flor, ni una gota de agua faltaba, como si la mano gigante que había devastado todo lo demás hubiera respetado ese lugar. Bebió el agua del arroyo, se sentó en el suelo y lloró amargamente. ¡Qué inútil se sentía… ni ejército, ni ministros, su esposa la emperatriz aplastada en las ruinas del palacio, sus hijos desaparecidos, Lo-Yang arrasada! ¿De qué era emperador ahora? ¿Y qué había sucedido con el resto del país? Ya no había poder. El ejército se había vuelto insensato, saqueando y robando; ¿cómo saber si las provincias del sur le habían permanecido fieles? ¿Cómo hacer saber a todos que estaba vivo? Lloró más amargamente que nunca.

De pronto se estremeció, pues una mano se había puesto en su hombro. Allí estaba el viejo Sabio, de pie, y el emperador, presa de una intensa cólera, se puso a gritar:

–          Mira, ya no hay palacio, ni ciudad, mi esposa y mis hijos han muerto. El poderío de mi país ha sido devastado por un seísmo. Tú preciosa naturaleza lo ha destruido todo. ¡No queda nada, no tengo valor!

El Sabio le miró a los ojos. El emperador gritaba y gesticulaba, quería casi empujar y golpear al Sabio, pero una fuerza impedía que su brazo se levantara… se desvaneció con una gran agitación.

El sabio se sentó a su lado, esperó a que hubiera recuperado el sentido y le dijo:

–          ¿Qué vas a hacer? El emperador, desesperado, se encogió de hombros y dijo:

–          No lo sé.

–          ¿Qué quieres decir con “no lo sé”? ¡Tu cuerpo está vivo, tienes trabajo que hacer, tienes una función que cumplir

El emperador gritó:

–          Ya no tengo nada, todo mi dinero está sepultado bajo el palacio, no puedo pagar a los soldados, que saquean la ciudad. No sé qué aspecto tiene el resto del país. ¿Qué puedo hacer?

El viejo se levantó y le dijo:

–          Levántate.

El emperador se incorporó.

–          ¡Mira ese águila en el cielo!

El emperador levantó los ojos:

–          ¿Qué águila?

Y el Sabio lo empujó al agua del arroyo. El agua estaba fría; el emperador se sorprendió; miró al viejo Sabio y se puso a reír:

–          ¡Nadie más que tú me trata de ese modo! ¡Solamente tú permites que me sienta un ser humano! ¡Ayúdame!

–          ¿Qué quieres saber?, preguntó el Sabio.

–          ¡Ayúdame a reconstruir este palacio, esta ciudad!

Yo no puedo ayudarte, respondió el Sabio.

–          ¿Qué quieres decir con eso?

–          Soy un Sabio, puedo ver el pasado y el futuro, puedo comprender lo que ocurre, pero no puedo ayudarte.

El emperador le dijo:

–          No te comprendo.

El sabio prosiguió:

–          Un vidente puede ver solamente; puede ayudar a los demás a utilizar los instrumentos de que disponen, pero no puede ni obligarlos ni hacer el trabajo por ellos.

–          ¿Por qué estoy yo aquí?, preguntó el emperador, ¿Por qué he venido a esta tierra, cuál es la utilidad de todo eso? Vengo, muero; vuelvo, muero… ¡no tiene sentido! ¡Mira toda esa devastación!

El sabio manifestó:

–          No pretendas saber por qué estás aquí, eso no tiene la menor importancia.

El emperador gritó:

–          ¡Necesito saber por qué estoy aquí, de lo contrario no puedo reconstruir nada, no puedo comenzar de nuevo!

–          Es ridículo, dijo el Sabio. ¿Pregunta un bebé antes de aprender a andar por qué está allí?¿Pregunta de dónde viene antes de aprender a hablar? ¿Pregunta un lactante por qué ha nacido antes de empezar a comer? ¡No seas estúpido! No tienes necesidad de saber de dónde vienes. Muchas personas utilizan este tipo de juegos mentales para evitar mirarse de frente, para no servirse de los instrumentos que tienen a su disposición. Huyen de la realidad presente diciendo “si pudiera saber de dónde vengo, entonces sí podría”; pero esto no tiene ningún sentido. Este tipo de ideas no tieen más valor que Lo-Yang hoy, ¡es una huida!

El emperador estaba molesto y preguntó:

–          ¿sabes de dónde vengo, por qué estoy aquí?

–          Sí, respondió el Sabio, pero si te doy una explicación intelectual de tu situación, eso no a ayudarte a reconstruir Lo-Yang.

El emperador repuso:

–          ¿Qué necesito saber entonces?

–          Necesitas saber que la situación en la que te encuentras es la situación que tienes que vivir; no puedes quedarte aquí indefinidamente contemplándote el ombligo y repitiendo “¿por qué me ha sucedido esto, por qué he venido aquí, de dónde provengo, por qué ha desaparecido mi familia, por qué soy emperador de China?” estas preguntas no tienen ningún sentido. Estás ahí y eso es todo. Eres emperador. ¿Qué vas a hacer, quedarte aquí lloriqueando y sorbiendo por l nariz? Eso no te lleva a ninguna parte. Estás ahí porque estás ahí y debes manejar la situación lo mejor imposible. ¡Deja ya de darte excusas!

El emperador se sentí herido y mortificado. El viejo Sabio se dio cuenta de su miedo, de su irritación y de su frustración y le dijo:

–          La mayoría de las personas son como niños pequeños, no se preguntan ni de dónde vienen ni a dónde van; sólo se preocupan ni de dónde vienen ni a dónde van; sólo se preocupan de andar, de comer, de vivir experiencias. Algunos encuentran la religión, otros a maestros que les dan respuestas y finalmente están los que, como tú, quieren saber más, conocer todos los detalles. Yo podría darte mil explicaciones, deslumbrarte de tal forma que no podrías soportar tu propia luz. Pero, ¿qué bien te haría, qué podrías hacer con ello? ¿Das tú de comer a tu hijo una tonelada de arroz a la vez?  

–          No, dijo el emperador.

–          Tu hijo se comerá una tonelada de arroz en su vida… ¿Por qué no dársela de una sola vez para que no tenga ya necesidad de comer?

–          Pero, ¡eso le mataría!

–          Ah, dijo el Sabio, has comprendido! Lo que tienes que hacer es no plantearte cuestiones inútiles, sino utilizar la situación en la que te encuentras; no decir “si hubiera girado a la derecha en vez de haberlo hecho a la izquierda eso no habría ocurrido; si hubiera enviado a mis hijos al palacio de verano todavía estarían vivos”. Estas cuestiones no te conducen a nada. Estás donde te encuentras ahora y es ahí donde debes estar. No puedes vivir en el pasado, ni en el futuro, sino en el presente. Cualquiera que sea la situación, utiliza los instrumentos que están a tu disposición, usa tus manos, tu inteligencia y tu fuerza.

–          Pero yo no tengo ningún instrumento, dijo el emperador, ni siquiera puedo construirme una casa.

El viejo Sabio sacudió la cabeza:

–          El temor y el miedo han aumentado tu ignorancia. Tus instrumentos son todo lo que utilizas para que un trabajo se realice, lo cual puede ser una palabra o una sonrisa. Tus instrumentos son tu capacidad de comprender que donde te encuentras en este momento es donde debes estar y no en otro lugar o en otra situación. Utiliza cada momento.

–          ¿Qué habrá ocurrido si hubiera muerto? Preguntó el emperador

–          ¡Qué pregunta más tonta, dijo el Sabio; en ese caso yo no estaría hablándote y tú no tendrías problemas! Alguien vendría, tomaría China en sus manos y tú te irás con tus antepasados.

El emperador anduvo por el jardín con las manos a la espalda, mirando pensativamente al suelo. Se volvió hacia el Sabio y dijo:

–          Poco importa por qué estoy aquí, tengo un trabajo que hacer.

–          Está bien, dijo el sabio. Poco importa a donde voy, siempre doy un paso después de otro.

–          ¡Está bien! El emperador avanzó lentamente un poco más lejos.

¿Cómo puedo actuar, qué instrumentos puedo emplear?

El sabio le respondió:

–          Durante estos últimos minutos has recorrido una distancia de nuevo metros. ¡En esos nueve metros has encontrado muchos instrumentos!

El emperador le miró:

–          ¿De veras?

Entonces se volvió, miró el pequeño camino que serpenteaba por el jardín.

–          ¿Instrumentos? … Se volvió otra vez y comenzó a mirar a derecha e izquierda. ¡Muéstramelos!

–          Hay frutos en los árboles para alimentarte, dijo el Sabio

–          ¡Ah, sí!, exclamó el emperador.

–          Agua para refrescarte

–          ¡Oh sí! Volvió a exclamar el emperador; entonces volvió a mirar y dijo: Madera y piedras para construir.

–          ¡Muy bien!, dijo el Sabio

El emperador veía pájaros, insectos, la vida que susurraba en todas partes. Iba de acá para allá, excitado, observando esas cosas de todos los días, que se daba cuenta podría aprovechar

–          Empiezas a comprender, dijo el Sabio. Utiliza lo que está ahí. La mayor parte de las personas no ven nunca eso. Pasan por la vida buscando siempre algo diferente, atraviesan la existencia persuadidos de que su objetivo está mucho más lejos, cuando a su alrededor se encuentra todo lo que necesitan para alcanzar su meta.

–          Un momento, dijo el emperador, no comprendo.

–          Es fácil, dijo el Sabio, si quieres construir una pared, ¿qué necesitas?

–          Piedras, contestó el emperador.

–          Bien, ¿dónde están?

–          Están ahí, a mi alrededor.

–          ¡Bueno, pues empieza a construir!

–          Pero para mover esas piedras necesito herramientas!

–          Acabas de pasar al lado de algo a lo largo del camino, dijo el Sabio.

El emperador volvió sobre sus pasos y encontró un madero que podía ayudarle a levantar las piedras.

–          Además de piedras, necesitaré arena, agua y arcilla para hacer cemento.

–          Bueno, todos esos elementos están a tu disposición, replicó el sabio; junto al riachuelo hay arcilla y arena.

El emperador se dirigió allí y trajo todo lo que necesitaba.

–          Ahora, continuó el Sabio, tienes todos los instrumentos necesarios para hacer una pared

–          ¿Lo que quieres decir es que si miramos a nuestro alrededor y se utiliza lo que hay de una forma completa, no hay entonces más que reunir los elementos necesarios, que no hay necesidad de correr por todas partes para encontrarlos porque todo está ya aquí?

–          Sí, dijo el Sabio. Cada hombre y cada mujer tienen capacidad para ver, percibir y ser uno con toda la vida, si son conscientes de todo lo que les rodea, hierba, flores y piedras. Eso no se aprende encerrándose en un laboratorio o en un monasterio ni limitándose a seguir un solo camino, no viendo la realidad más que por un solo prisma, de una sola forma. Tu camino está destinado a ayudar a los demás para que vean por sí mismos, a inspirarlos para que reconstruyan.

El emperador se sintió henchido de entusiasmo.

–          Utiliza los instrumentos que están a tu alrededor, dijo el sabio, aprovecha la energía de los que trabajan contigo. ¿cuánta gente has utilizado mal en el pasado? ¿cuánta has dejado que se deteriore por no utilizarla?

El emperador reflexionó:

–          Tenía un mensajero; cuando me hice emperador estaba en plena forma y con su rápida carrera podía entregar un mensaje de una ciudad a otra. Se hizo amigo mío y cuando, no hace mucho tiempo, tuve que enviar un mensaje … ya no estaba en buena condición física en absoluto, ya no podía correr tan aprisa; ¡yo había renunciado a utilizarlo!

El emperador se aproximó a un agujero del muro, miró la destruida Lo-Yang, y las lágrimas se le saltaron de los ojos.

–          ¡Un momento!, exclamó el Sabio, ¿por qué lloras?

–          Por todas esas gentes, por la belleza que había ahí

–          ¡Olvídalo todo!, aconsejó el Sabio. La gente se nutría y vivía de ella. por consiguiente ha sido bien utilizada. Ahora, utiliza lo que hay y deja de mirar hacia atrás; nada ha sido ni será mejor que el instante presente; en el futuro, cada instante será ahora siempre, tú no puedes vivir más que en el presente…

–          ¡Oh, exclamó el emperador… y le pareció que en un segundo había ganado de pronto cuarenta años de comprensión. ¿Por dónde empezar?, pensó. No podía ni sentir, ni ver, ni saber por dónde comenzar… Se volvió hacia el sabio y le dijo: Mi familia ha desaparecido

–          Está bien, dijo el Sabio.

–          ¿Está bien? ¿Por qué está bien?, inquirió el emperador.

–          Porque formaban parte de una época de tu vida y ahora tú vives otra. ¿Qué piensas de tu abuelo?, le preguntó el Sabio.

–          Era excelente respondió el emperador.

–          ¿Tienes pesar de que ya no esté aquí?

–          No, contestó el emperador.

–          ¿Por qué?

 

Entonces el emperador empezó a comprender.

–          El miedo, afirmó el Sabio, la tristeza y la emoción forman parte de la evolución del hombre. Es una evolución por la que debes pasar, pero mientras seas presa de las emociones, no puedes utilizar lo que eres. Los sabios, los que saben cómo ayudar a las personas a verse a sí mismas, no se dejan implicar por lo que ha sido. No les preocupa más que el momento presente. Pueden ver el porvenir y el pasado pero no se dejan llevar ni por uno, ni por el otro. Apenas había terminado de pronunciar estas palabras, cuando en un abrir y cerrar de ojos, el Sabio desapareció.

El emperador se puso a caminar dando vueltas a la redonda; tenía miedo. ¿Qué hacer? Abandonó el jardín, atravesó el palacio y se dirigió a la ciudad de Lo-Yang. Comenzó a sacar cadáveres de debajo de los escombros, a reunirlos, intentando identificarlos y pronto un hombre viejo achacoso se puso a ayudarle. Un niño vino a trabajar con ellos también. Poco a poco se formó un pequeño grupo que trabajaba en las ruinas de Lo-Yang amontonando cuerpos, intentando identificarlos para posteriormente incinerarlos. Una anciana se les unió, luego un robusto soldado desorientado por la pérdida de su familia y que tenía necesidad de hacer algo. Encontraron a una madre cariñosa para cuidar a los heridos más graves y trabajaron valientemente día tras día. Pronto se formaron otros grupos; paulatinamente fueron saneando la ciudad… los días se convirtieron en semanas y ellos no desfallecían. Doscientas o trescientas personas comenzaban, llenas de fuerza y coraje, a restablecer una vibración en ese lugar. Un día, un soldado reconoció al emperador y se lo comunicó a los demás. Fue la esperanza; todos albergaron el sentimiento de que todo era posible porque el emperador estaba allí, trabajando, comiendo lo mismo y conviviendo con ellos.

Dos semanas más tarde, oyeron ruido en la colina y divisaron un gran ejército que se acercaba. El emperador avanzó lentamente a su encuentro, su figura estaba sucia, sus ropas desgarradas; detrás de él caminaba un pequeño grupo de supervivientes de Lo-Yang. El general jefe del ejército se bajó del caballo y se dirigió al emperador:

–          ¿Qué ha ocurrido aquí? No  hemos tenido noticias de Lo-Yang desde hace mucho tiempo y creíamos que la ciudad había sido presa de los invasores. Hemos sentido el temblor de tierra, pero no sabíamos con exactitud el lugar en el que se había producido. El general contempló la ciudad y el palacio destruido. Luego preguntó al anciano que se encontraba ante él: ¿Eres su jefe?

–          El emperador sonrió y respondió: No, trabajamos juntos.

Pero detrás de él alguien se levantó y dijo al general:

–          Este hombre es tu emperador

El general miró con detenimiento al anciano y lo reconoció por la cicatriz que él mismo le había hecho por encima del ojo cuando era niño y se batía con el joven emperador. El general se hincó de rodillas, pero el emperador le dijo:

–          Levántate, despójate de tu armadura y ven con tu ejército a ayudarnos a reconstruir Lo-Yang.

Entraron en la ciudad y el emperador les enseñó a utilizar todos los instrumentos disponibles. El hacía frente a cada situación empleando los elementos que estaban a su alcance. Si se presentaba un problema, si alguien le decía: “¡No podemos hacer eso!”, el emperador no sentía pánico; sino que decía: Vamos a verlo. Y por el camino le venía la idea, se formaba el pensamiento de forma que, cuando llegaba al lugar, ya había encontrado la respuesta al tal problema.

Los meses pasaban y Lo-Yang recobraba la vida; el emperador vivía en una pequeña casa construida en su jardín. Había recogido todo el mármol y el granito del antiguo palacio para reconstruir la ciudad. Así, un comerciante había construido su casa con el mármol del dormitorio imperial, un tintorero trabajaba en una habitación hecha con las piedras de la gran sala del palacio y un inválido tenía el trono como silla. El emperador, de pie en medio de su jardín, miraba Lo-Yang. No era muy impresionante, pero la vida estaba presente y comprendió que había empleado bien cada momento.

Más entonces comenzó a hacerse preguntas:

–          ¿Qué habría pasado si yo hubiera perecido? ¿Quién habría hecho todo eso?

En ese momento se sintió empujado por detrás y cayó al agua del riachuelo. Se dio la vuelta sonriendo y vio al viejo Sabio.

–          ¡Piensas otra vez, emperador! No es pensando como comprenderás de dónde vienes ni a dónde vas. Pensar es un instrumento, es como a aprender a caminar, como saborear tu primera comida; no es más que un instrumento, un primer paso, una primera prueba. Aprende que es un paso importante, que debes aprender a pensar… y que debes saber también dejar de pensar, pues no ayudarás a tu pueblo ni te comprenderás a ti mismo con elucubraciones!

El emperador sonrió al viejo Sabio:

–          ¿He hecho bien lo que tenía que hacer?, preguntó

–          ¿Qué has hecho? Respondió el sabio; a lo que el emperador contestó:

–          Mira Lo-Yang, la ciudad resucita, he dado todas las piedras de mi palacio para reconstruirla

–          ¿No era eso lo que tenías que hacer?, dijo el Sabio

–          ¿Era eso lo que se supone que debía de hacer?, preguntó el emperador

–          ¿Lo has hecho, si o no?

–          Sí, le contestó

–          Es, pues, lo que tenías que hacer, lo que formaba parte de tu ser verdadero. ¿Por qué me haces esa pregunta?

–          Porque me siento solo, confesó el emperador…

–          ¿Por qué?

–          Necesitaría a alguien con quien hablar, dijo el emperador

–          ¡Habla con las gentes que te ayudan! Conminó el Sabio

–          Es que me tienen miedo, repuso el emperador

–          ¿Por qué? ¿Por qué te retiras a tu jardín? ¿Por qué eres emperador?

–          No lo sé, dijo el emperador

–          Vayamos pues a Lo-yang, propuso el Sabio.

Salieron del jardín y entraron en las calles de la ciudad. El soldado que lo había ayudado, los acogió con amabilidad, también lo hizo el tintorero, todos les sonreían saludándolos cordialmente. El emperador vio al niño que había quería hacer salir de las ruinas y éste le devolvió una sonrisa feliz. Al caminar por las calles de Lo-Yang, podía percibir el calor de las gentes a su alrededor y se sentía bien. El Sabio le dijo:

–          Ellos no tienen miedo de ti, te respetan. Hay una diferencia sutil entre miedo y respeto. Estas personas te respetan por lo que eres; antes te temían, pero ahora te respetan. Utiliza este respeto; no te retires a tu jardín, a tu monasterio en la montaña o aun lugar oculto en que no puedan verte. El respeto es el signo de la mayor evolución que existe en un ser; se origina cuando el individuo sabe quién es.

El emperador se volvió hacia el sabio y le dijo:

–          Me gustaría que estuvieras conmigo siempre, tú me das confianza y paz.

El sabio sonrió:

–          ¡Esas personas que te rodean tienen la misma impresión contigo!

–          ¿Cómo, preguntó el emperador, ellos sienten hacia mí lo mismo que yo hacia ti?

–          Sí, dijo el Sabio.

–          Nunca había pensado en eso! Exclamó

–          ¿Por qué no lo has hecho?, le preguntó el Sabio

–          ¡Porque yo solamente soy el emperador mientras tú eres Sabio!

–          Eso no es más que una cuestión de terminología, repuso el Sabio. ¡Utiliza lo que eres!

El Sabio prosiguió su camino mientras que el emperador se quedaba en mitad de la calle, viéndole alejarse. El viejo Sabio no se volvió, no miró hacia atrás. Sabía lo que era y quién era, sabía que otros necesitaban también descubrir esa confianza en sí mismos que él había permitido encontrar al emperador, sentir esa luz, tener alguien a quien mirar con respeto pero sin miedo, pues el respeto permite la evolución. Permite evolucionar hacia el conocimiento sin tener necesidad de palabras, permite tomar conciencia de sí mismo.

Un muchacho se acercó al emperador que miraba cómo se alejaba el Sabio, le tocó en la manga y le dijo:

–          ¡Señor! El emperador se volvió hacia él:

–          ¿Qué quieres?, le preguntó

–          Emperador, puedes decirme… ¿de dónde vengo?… ¿quién soy?… ¿dónde voy?

 

–           

 

 

 

5 comentarios en “TODO CUANTO NECESITAS, ESTÁ EN TÍ

  1. mrgarita perez

    gracias por esta historia me hace reflexionar que hay que vivir el presente, mirar de frente, perder el miedo y convivir con la gente que nos rodea

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