Hace mucho que no compartíamos un cuento en este espacio… y mira que nos gustan…Hoy en el muro de mi facebook me entraba este que comparto a continuación y que en su día, cuando lo leí por primera vez, me encantó y me dió mucha «moral».
Moral, me refiero a ánimo… nada que ver con moralidad. Ánimo porque el cuento nos explica claramente que aquello que consideramos defectos y por tanto causa de tristeza – viendo que otros no lo tienen o son mejores – y motivo de flagelarnos a nosotros mismos… mira tú por donde, en buenas manos, es lo que genera bendiciones y belleza a tu alrededor.
Así, esa «sombra» se manifiesta en luz… que es lo que somos. Por eso, viajeros de luz, en este camino de ver nuestras sombras… no hay tristeza, ni juicio «ay, mira cómo soy y mira qué de defectos tengo…» porque es parte integrante de nuestra luz. Solo nos toca ponerle a esas sombras nuestra luz de consciencia y el diamante que somos, brillará completo.
Comparto una versión que he encontrado en escrito y la que hoy veía yo que es un vídeo – sin palabras – que nos cuenta el cuento con gran ternura y belleza. Las caras de los cántaros son geniales. ¡Viva la creatividad!
Gracias, viajeros de luz, gracias por esta oportunidad de compartirme a mi ritmo con ustedes. Gracias por acompañarme en el camino. Ojalá a nuestro paso… vayan creciendo bellas flores de colores y formas infinitas.
Mito-Cuento de los dos cántaros, o sobre los frutos de nuestras debilidades
Quiero terminar esta semana con un mito-cuento que leí hace mucho tiempo y que, hace unos días, recordé gracias a un buen amigo que sabe mucho de mis miserias y tiene muchos errores y defectos que perdonarme. Gracias, Javier, por haber avivado el recuerdo de tan inspiradora historia. Dice así:
Hace mucho, mucho tiempo, en un seco país había un joven –llamado Karim-que se dedicaba a transportar agua del río a la ciudad, donde cobraba por su esfuerzo unas pocas monedas. Para ello, se valía de dos cántaros que llenaba cada mañana y transportaba por los caminos con mucho cuidado, uno en cada mano, para evitar romperlos y perder tan preciada mercancía. De vuelta a casa, cada día, recogía unas flores y se las llevaba a su madre como amoroso regalo por todo lo que le había dado y enseñado.
Una mañana, la agradecida madre del joven le acompañó mientras realizaba su oficio y –con ese ojo que tienen las madres- se dio cuenta al llegar a la ciudad de que uno de los cántaros, el más antiguo, había llegado medio vacío. Observándolo mejor, se dio cuenta de que tenía una pequeña rotura por la que perdía agua. Cuando le comentó este hecho a su hijo, éste la miro con una enigmática sonrisa en los ojos y le respondió “mejor lo hablamos después, mamá, en casa”.
Atendiendo al deseo de su hijo, hicieron el camino de vuelta sin mencionar el defecto de la tinaja… Aunque la madre no podía quitarse de la cabeza el hecho de que el joven no había parecido sorprendido por su descubrimiento… En cuanto cerraron la puerta tras de sí y dejaron los cántaros en el suelo del salón, la pregunta salió de los maternos labios:
– Hijo, ¿ya sabías que el cántaro estaba roto y no lo has cambiado? ¿No te das cuenta de que te hace parecer un pordiosero? ¿Por qué no lo sustituyes por uno nuevo? ¿Es porque te lo regaló tu difunto padre y te sabe mal desprenderte de él? Bien que cambiaste el otro cuando se te rompió. Piensa en el esfuerzo que malgastas cada día, en el agua que pierdes. Mira lo viejo y destartalado que está. En cambio, el otro cántaro, el nuevo, es perfecto, hermético, hermoso. Deberías cambiarlo.
– Nada ni nadie es tan perfecto mamá, y esta tinaja tiene mucho más valor que el que le estás dando. Te invito a hacer mañana, de nuevo, el trayecto conmigo. Si estás atenta, descubrirás por qué la tinaja sigue –y seguirá- conmigo.
Se acostaron a descansar y, a la mañana siguiente, madre e hijo retomaron el camino del río. Al llegar a éste, Karim llenó los dos cantaros y, uno en cada mano, recorrió como cada día el camino de la ciudad. Su madre iba junto a él, prestando atención a todo, viendo cada gota de agua que se escapaba de la tinaja de su hijo y sin entender por qué éste no hacía nada.
Cuando llegaron a su destino, se repitió la escena: una tinaja estaba llena y la otra medio vacía. Tras vender el agua, retomaron el camino de regreso al hogar.
– No entiendo nada – dijo la madre. He estado muy atenta y no he visto nada extraño, salvo que con cada paso que dabas ibas perdiendo gotas de agua.
Karim se echó a reír.
– Tenéis ojos y no veis, madre.
Se acercó a ella, la abrazó, la besó en la frente, se agachó al borde izquierdo del camino y cortó unas flores para regalárselas… Y, como cada día, le dijo al entregárselas:
– Mamá, las flores más bellas para quien me enseñó a apreciar la auténtica Belleza.
Ella, conmovida, sonrió sin entender.
– ¿A qué viene que me des ahora las flores? ¿Qué tiene esto que ver con tu cántaro roto?
– ¿Has visto de dónde he cogido las flores, madre?
– Sí, las has cortado del borde del camino- respondió la anciana.
– Bien – confirmó Karim-. Ahora mira a otro lado del camino… ¿Hay flores?
– No- respondió sorprendida la madre-, en ningún momento me había planteado cómo es posible que haya flores junto al camino en un terreno tan seco… ¡Si esto es casi como un desierto!
– La respuesta –le aclaró Karim- está en la tinaja rota. Cuando observé que perdía agua tuve la tentación de cambiarla por una nueva, pero en ese momento recordé que tú me habías enseñado que somos hermosos pese a nuestros defectos y limitaciones, y que Dios se aprovecha incluso de nuestras carencias para hacer un mundo mejor. Así que decidí tomar ejemplo del Creador y planté semillas de flor a lo largo del camino… Así, el supuesto defecto de la tinaja se convirtió en un eficaz medio para contemplar cada día un paisaje hermoso… Y traerte a ti las más bellas flores que encuentro a mi paso.
Con los ojos inundados de lágrimas, la madre comprendió… Y se sintió feliz y orgullosa por haber dado a luz un alma tan grande.
Quiera Dios que también nosotros seamos capaces de convertir nuestros defectos, y los de todos aquellos que nos rodean, en una oprtunidad de hacer fructificar los terrenos más áridos. No nos encerremos en una esmerada, soberbia y hermética perfección que actúe como frontera y nos separe de los demás. Aceptemos nuestras limitaciones y las de nuestro prójimo, hagamos de ellas ocasión de encuentro, comprensión y perdón.
Que paséis un muy buen fin de semana.