Algo así dice todo el tiempo Jodorowsky y siempre me ha encantado porque en mi familia lo de dar… lo tuvimos que aprender fuera aparte… lo primero era acumular, guardar (una de las abuelas, para que se hagan una idea, decía: «el que guarda halla, aunque sea mierda»).
Y cuando uno se da cuenta de esto… tiene que retirar todas aquellas frases que siempre oyó, esas ideas que heredamos (yo al menos) de no reciprocidad…»siempre es uno el que da… los demás se aprovechan… » «voluntario ni para mear»… esas cositas.
Y afortunadamente que uno se da cuenta porque sino… es quejarse de la carencia, quejarse de que no me quieren… ¡pero cómo te van a querer… si siempre estás echando para atrás!
Ah, por cierto, una de las mejores claves para dar es precisamente «no controlar», dejar de controlar la vida de los otros – y la de uno mismo por contagio. Acabo de hablar con mi madre que es controladora por excelencia y por ello una sufridora, claro… contándome de lo que hace fulanita… ¡deja de mirar a otros cómo hacen o dejan de hacer y dejarás de sufrir! y su respuesta es siempre «ya pero… » Espero que en otra existencia haya vivido el no control porque en esta se va a ir de rositas.
En la entrevista dice algo que me ha encantado: «lejos de las tradiciones y los apellidos… me liberé». A lo mejor nos toca movernos en el sentido de esa liberación.
Al acabar el extracto de la entrevista viene un enlace a La Vanguardia, periódico catalán. No se molesten mucho, los artículos son de pago… ¡qué se pensarán estos periodistas oficiales, ja, ja!
Gracias y que la disfruten.
ISABEL ALLENDE. «MI GRAN APRENDIZAJE HA SIDO QUE UNO SOLO TIENE LO QUE DA»
Todavía me conmueven y me apasionan las mismas causas, pero ya no me interesan las cosas y no trato de controlar. ¿Para qué, si la vida es incontrolable?
Cuesta asumirlo.
Uno no alcanza a ponerse al día cuando la vida ya está cambiando de nuevo. Esa falta de control que antes me creaba angustia ahora me da una gran libertad, ya no me aferro…
¿Qué le ha hecho ser quién es?
Cosas que en principio pueden haber parecido malas: pérdidas, dificultades, obstáculos. Yo tenía tres años cuando mi padre se fue y mi mamá se tuvo que ir a vivir a casa de mis abuelos. Haberme criado en ese caserón viejo me dio suficiente material para todos los libros que voy escribiendo.
¿Qué había en ese caserón?
Yo vengo de una familia castellano-vasca muy conservadora, religiosa, patriarcal y plagada de personajes locos. Tenía una abuela espiritista, telépata, misteriosa y maravillosa que murió muy joven. Mi abuelo, que la adoraba, se vistió de negro de pies a cabeza, pintó los muebles de negro, se terminó la música, los postres y las flores.
¿Cuántos años tenía usted?
Cinco. La casa, austera como un convento, estaba habitada por tíos solteros, raros… Eso me llenó la imaginación. Luego mi mamá se juntó con un hombre completamente distinto, que se sabía todos los boleros de memoria y al que le gustaba bailar.
Qué alivio, ¿no?
Viajamos por el mundo y eso también me marcó. Luego, con el golpe militar, tuve que salir de Chile con mi marido y mis dos hijos. Fuimos a Venezuela cuando este era el segundo país más rico del mundo. Corría champán por las calles. Lejos de la tradición y los apellidos me liberé y gracias a la nostalgia del exilio escribí La casa de los espíritus,y eso me cambió la vida.
Extracto de una entrevista en La Vanguardia